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"A partir de la nueva ubicación y hasta la Guerra Civil, la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid vivió una auténtica edad dorada. De hecho, de todo el revolucionario proyecto urbanístico e intelectual de la Ciudad Universitaria, este edificio sería el único que llegaría a funcionar plenamente durante la II República. Desde el punto de vista arquitectónico, esta obra de Agustín Aguirre destacaba por su modernidad. Fiel ejemplo de la arquitectura racionalista de vanguardia, partiendo de una estructura simétrica, disponía de amplios pasillos y escaleras para facilitar la circulación de personas, mientras que en las aulas grandes ventanales permitían aprovechar al máximo la luz en el espacio docente. Asimismo, este edificio «sereno y limpio como un soneto», en palabras de Víctor de la Serna, sobresalió por novedades tecnológicas punteras —sistema de enfriamiento del aire y calefacción, ascensor tipo ‘noria’ (Paternoster), sistema de proyección en el aula magna—, valiosos elementos decorativos —una gran vidriera Art Decó en el vestíbulo principal— y un mobiliario de esmerado diseño, del propio Agustín Aguirre a partir de modelos estudiados en un viaje que hizo por Europa con este objetivo".
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