La asociación Contra el Silencio y el Olvido ha logrado exhumar, en tres años de trabajo, los cuerpos de los represaliados entre 1937 y 1951 en el cementerio de San Rafael, en Málaga
RAÚL BOCANEGRA - Málaga - 29/06/2009 Cuando los arqueólogos exhumaron la fosa 4 del cementerio malagueño de San Rafael en la que fueron enterrados en 1937 los restos de Vicente Córdoba, ayudante de zapatero, su hija Francisca, estaba allí, a pie de zanja. "Estaba puesto de laíto. Me cogí un huesecito y casi me caigo", recuerda con emoción, sentada a resguardo de mareos en el sillón de su casa, en la que desde hace poco vive de alquiler, porque la que tiene en propiedad, en un cuarto piso, no tiene ascensor y Paca, como la conoce todo el mundo, ya necesita usar bastón. Tiene ahora 77 años y una memoria de elefante, según Miguel, su marido.
Hasta ahora, el cuerpo de su padre, Vicente, es el único identificado de los 2.700 que han exhumado, según el equipo de arqueólogos, dirigido por Sebastián Fernández, decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Málaga. La fosa malagueña es la mayor en la que se trabaja desde la II Guerra Mundial. Ahora tratarán de ponerle nombres y apellidos con pruebas de ADN a los cuerpos encontrados tras tres años de excavación.
El cuerpo hallado en la fosa 4 medía 1,57 metros, y Paca es bajita; llevaba zapatos de calidad, y él trabajaba para un zapatero, y se encontró donde Paca decía que iba a estar, en el lugar que le había dicho el sepulturero conocido de Vicente a su tía, la misma tarde de julio del 37 que lo enterró. José Alberto Fernández, uno de los miembros del equipo que trabaja en la fosa afirma con prudencia que los indicios indican que el cuerpo es el de Vicente Córdoba, pero advierte que no hay certeza absoluta.
Contra el problema de las identificaciones, la asociación Contra el Silencio y el Olvido y por la Recuperación de la Memoria Histórica, encargada de la exhumación, prepara a partir de septiembre, para rematar un trabajo ejemplar, pruebas de ADN a todos los familiares de represaliados que quedan vivos, que son centenares. En enero, prevén también comenzar a hacérselas a todos los cadáveres.
El 21 de julio de 1937 Málaga ya estaba dominada por las tropas franquistas. Paca era una niña de 5 años y había ido con su madre a llevar comida en una lata a un hombre "muy bajito, muy rubio, muy enamoradizo", su padre, Vicente a la sazón de 37 años, que estaba preso "por haber piropeado a una mujer". Iban un día sí y otro no. La madre tenía que atender a cuatro hijos. En la puerta de la cárcel de Málaga dejaron, como era costumbre desde hacía tres meses, la lata, a la que habían amarrado, como hacían siempre, un cartel con el nombre: Vicente Córdoba. Y, como habitualmente, esperaron a que alguien saliera para hacer el intercambio de latas. Pero el 21 de julio de 1937 nadie fue.
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