A medio día nos hallábamos a 20° de Latitud N.E. 94° Longitud Oeste. Cielo nuboso y viento del Este, suave. Mar un poco agitada. Temperatura 34°. HACIA MEDIANOCHE SE VERÁN LAS LUCES DEL FARO DE VERACRUZ. EN LAS PRIMERAS HORAS DE MAÑANA LLEGAREMOS AL PUERTO.
SINAIA, DIARIO DE A BORDO, 12 DE JUNIO DE 1939.
A Ovidio, mi abuelo, siempre y en cada bocanada de aire porteño…
Manuel Polgar Salcedo (Veracruz, junio de 2009)
Hay quien afirma que la historia es cíclica, y si así lo fuera, entonces es premonitoria, de alguna forma, de lo que vendrá después. De esta manera parece actuar en lo que a los lazos contradictorios entre una nación y otra se crean de ida y vuelta, amarrándose en complicidades que no se sueltan nunca.
La mar y la gente de Veracruz, testigos de la llegada de aquellos españoles colonialistas, que buscaron terminar con las culturas milenarias mesoamericanas para abrir un nuevo proceso histórico, y que después, en 1823 vieran también su último reducto en San Juan de Ulúa, antes de ser expulsados en forma definitiva, serían, de nueva cuenta y un día como hoy pero de 1939, los que abrirían paso por sus corazones para recibir a los otros españoles, aquellos a los que entonces, México les regresaba, y quién lo dijera, su dignidad de hombres libres en el momento en el que tocaron este mismo Puerto. Y es que cíclica fue la historia, por ejemplo, para el siempre admirado León Felipe, quien había vivido en Veracruz trabajando como bibliotecario en 1923 y que probablemente nunca imaginó regresar 15 años después para aquí quedarse, huyendo de un régimen que sin duda lo hubiera fusilado y que nos hubiera negado a todos el goce de su impresionante palabra. Cíclica fue también para los exiliados que volvían cada año a sus calles, a su mar, al encuentro con los amigos, mexicanos y españoles, al Mocambo y a Los Portales; lo fue para los que aquí se asentaron, atrapados por este, el rincón más hermoso de Andalucía, y quienes caminaban diariamente por el Malecón para esperar, entre sueños, el barco que los llevaría de vuelta a su querida y entonces desencajada España. Premonitoria historia que se sigue empeñando con algunos nietos de aquel exilio, quienes, como yo, y seguramente buscando entre la memoria las palabras siempre emotivas y llenas de vivos recuerdos de nuestros abuelos al referirse a Veracruz, hemos llegado aquí, esta vez por tierra, para situarnos en el punto más cercano a aquella digna España y para no dejar nunca al México profundo tan querido, patria nuestra, acaso buscando ahora una identidad que nos enorgullece y que nos brota por los poros; la de ser mexicanos y al mismo tiempo, seguir siendo siempre, republicanos españoles.
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