Desde diversos sectores de la derecha más reaccionaria se han alzado voces contra la presunta ausencia de símbolos cristianos en la decoración navideña de las calles de muchas ciudades españolas. Es cierto que, en muchos casos, la Estrella de Belén, las campanas o los Reyes Magos se han visto relegados por el diseño más rabioso, Papá Noel o luminosos paquetes de regalo. Una serie de motivos, en fin, que no son más que la traducción ornamental de las Navidades actuales.
Lo curioso es que las mismas voces que claman contra la laicización de las fiestas navideñas han callado ante el gasto energético o monetario que tanta iluminación representa. Pese a la utilización de materiales de bajo consumo, las luces navideñas pueden representar un derroche de watios difícil de soportar por las arcas públicas. Pero se argumenta que la decoración navideña es un incentivo para el comercio y ante eso no hay nada que objetar, por cuanto puede paliar las dificultades de de uno de los sectores más castigados por la actual crisis.
Una sociedad plural
Pero si el motivo y el destino de tanto derroche energético es con fines puramente comerciales ¿a qué criticar la carencia de simbología cristiana en la decoración pública navideña? Una vez más habría que recordar a determinados sectores de la sociedad que nuestro estado es aconfesional y que vivimos en una sociedad plural. Es decir, que los poderes públicos no tienen más vinculación con la Iglesia Católica que la derivada de la tradición y que, aunque en la sociedad española del siglo XXI haya un elevado número de católicos, también hay musulmanes, budistas, agnósticos, ateos...Colectivos a los que la constitución reconoce la misma consideración que a la evidente mayoría cristiana.
Una fiesta de origen pagano
Las celebraciones navideñas, además, hunden sus raíces en la tradición pagana. La Biblia no aporta datos concretos sobre la fecha exacta del nacimiento de Jesús y, si se estableció el 25 de diciembre, fue como resultado de las disquisiciones de los primeros Padres de la Iglesia que atendieron a determinadas y ancestrales costumbres. En concreto al hecho de que los pueblos de la antigüedad celebraban durante el solsticio del invierno una serie de fiestas en honor al dios del sol --bien se llamara Helios en Grecia, Apolo en Roma o Mitra en Oriente-- cuando el día más corto del año les hacía creer que el sol envejecía y moría para dar lugar al nacimiento de un nuevo astro....
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