05/11/2008
"Queremos trasladaros el reconocimiento público y la restitución moral para don Manuel Azaña", dijo el ministro de Cultura. ¿Qué "reparación moral" necesita o puede procurarle el Gobierno mediante semejantes declaraciones a quien conservó intacta y representó hasta el último día toda la fuerza moral y la razón de la legalidad y la democracia frente a sus agresores? No es una imposible e innecesaria restitución moral lo que la actual Monarquía española le debe a don Manuel Azaña, sino el tributo de reconocimiento y justicia consistente en repatriar, por fin, sus restos con los debidos honores de jefe de Estado.- Josep Enric Giménez Miralles. Múnich, Alemania.
"Queremos trasladaros el reconocimiento público y la restitución moral para don Manuel Azaña", dijo el ministro de Cultura. ¿Qué "reparación moral" necesita o puede procurarle el Gobierno mediante semejantes declaraciones a quien conservó intacta y representó hasta el último día toda la fuerza moral y la razón de la legalidad y la democracia frente a sus agresores? No es una imposible e innecesaria restitución moral lo que la actual Monarquía española le debe a don Manuel Azaña, sino el tributo de reconocimiento y justicia consistente en repatriar, por fin, sus restos con los debidos honores de jefe de Estado.- Josep Enric Giménez Miralles. Múnich, Alemania.
Regularmente, personas que supongo de buena fe reivindican para Manuel Azaña una tumba en España de quien fue, además de fino escritor, jefe del Estado español como presidente de la II República. Convendría recordar lo que el propio Manuel Azaña pensaba respecto a esta costumbre tan española de querer rehacer la historia -o de enderezar nuestros errores como país- a base de reinhumaciones de los restos mortales de sus protagonistas: "Si el héroe o genio no tomó la precaución de marcharse de la tierra sin dejar huella, está, además, expuestísimo a que se le zarandee el esqueleto. En España, lo primero que se hace con los hombres ilustres es desenterrarlos. Del cadáver con pretensiones de celebridad que no ha sido 'reivindicado' alguna vez, bien se puede creer que usurpa su fama. La manía de la exhumación sopla por ráfagas, como la del suicidio o el desafío. Hace años, el Parnaso español pudo temer que era llegado el día del juicio final: no dejábamos a nadie yacer tranquilo, hubo un ir y venir de ataúdes y un trasiego de huesos que apestaba".
Creo sinceramente que lo que nos cumple a los españoles con Manuel Azaña es, en general, respetar sus ideas, tanto para respetar su voluntad, dejando sus huesos en paz allí donde nuestra incivilidad quiso que quedaran -lección perpetua de nuestra historia-, como para aplicarlas y transformar a España, de una vez, en un país moderno. Su clara visión de un Estado laico frente a la secular injerencia de la Iglesia católica en los asuntos públicos de este país sigue siendo de aplicación a casi 70 años de su muerte. Por ejemplo.- Luis José Herrero López. Collado Mediano, Madrid
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