La propaganda franquista tapó la crueldad aplicada por la represión del régimen a las mujeres republicanas
DIEGO BARCALA - Madrid - 01/11/2008 20:56
El castigo del franquismo sobre las mujeres fue doble. Por “rojas” y por “liberadas”. De una punta a otra de la España sublevada, se repitieron los mismos métodos de tortura física y psicológica. Se pueden resumir en tres: las purgas con aceite de ricino para que su fuerte poder laxante depurara su “tóxico interior”, raparlas al cero para censurar su supuesto libertinaje, y la prohibición absoluta de mostrar cualquier tipo de luto a las viudas, hermanas y madres de fusilados.
El castigo del franquismo sobre las mujeres fue doble. Por “rojas” y por “liberadas”. De una punta a otra de la España sublevada, se repitieron los mismos métodos de tortura física y psicológica. Se pueden resumir en tres: las purgas con aceite de ricino para que su fuerte poder laxante depurara su “tóxico interior”, raparlas al cero para censurar su supuesto libertinaje, y la prohibición absoluta de mostrar cualquier tipo de luto a las viudas, hermanas y madres de fusilados.
Muchas murieron presionadas para que delataran a sus parejas. Otras quedaron presas en la posguerra. Sin embargo, la estrategia franquista diseñó un plan para que las únicas víctimas femeninas que salieran de la memoria del conflicto fueran las monjas, a pesar de que murieron poco más de 280 religiosas. Unas cifras muy alejadas, por ejemplo, de las casi 500 mujeres que murieron en la cárcel de Burgos a manos de los franquistas. Y más lejos aún de las 5.000 reclusas republicanas de la cárcel de Ventas (Madrid), a pesar de que su capacidad sólo era para 450 personas.
Dolores Ibárruri, La Pasionaria, fue recibida en 1977 de su exilio en Francia por una auténtica multitud. Entre el público apareció un grupo de mujeres con un atuendo inesperado y un ramo de rosas rojas. Eran monjas. ¿Religiosas recibiendo a una histórica dirigente comunista? En la memoria de estas mujeres pervivía el momento en el que La Pasionaria las protegió de los ataques de unos milicianos en un convento del Madrid asediado de la Guerra Civil. La anécdota es de la inacabable cosecha del poeta comunista Marcos Ana, presente en aquella festiva recepción.
Desde la muerte de Franco, decenas de historiadores trabajaron para desmontar los mitos históricos de la dictadura. Una interpretación dirigida por la jerarquía católica que mencionó con intencionada frecuencia las atrocidades cometidas contra las novicias. Pese a que, como es obvio, no debió morir ninguna, de una población de 45.000 monjas en 1931, fueron asesinadas 283, según los estudios de 1961 del obispo Antonio Montero Moreno que recoge el historiador Julián Casanova en La Iglesia de Franco (Crítica). El régimen cultivó una imagen paternalista sobre las mujeres, a pesar de reservar para ellas un espacio ínfimo en la vida pública....
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