15 de enero de 2014

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lunes, 15 de febrero de 2010

Museo de la Memoria y los Derechos Humanos en Chile

Por Nancy Nicholls Lopeandía* lanacion.cl 15 /2/10

La memoria sobre la violación de los derechos fundamentales no plantea como condición imperativa para su existencia un despliegue de todos los antecedentes históricos.

Me parece importante, al referirme al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, centrar la mirada en su nombre. Se trata de un museo de la memoria más que de la historia; y se trata de un museo cuyo énfasis está puesto en los derechos humanos, en cómo éstos fueron violados por la dictadura militar y en cómo, a lo largo de las décadas del 70 y del 80, fueron defendidos por diversos organismos personeros, militantes y opositores al régimen.

Al ser un museo que se centra en la memoria de los derechos humanos entre 1973 y 1990 y no en la historia de ese período, su intención no es levantar y proponer una interpretación de los hechos, como podría hacerlo un historiador que investigue la temática. No obstante, hay que señalar que un museo de este tipo no puede soslayar la construcción de un cierto relato histórico, de tal modo que la memoria de los hechos narrados en diversos soportes adquiera sentido, coherencia y legibilidad. Este relato se va construyendo implícitamente -entre otros elementos- mediante la selección tanto de las memorias expuestas como de los hechos históricos nutridos por esas memorias.

Esto, que podría parecer un detalle sin importancia, adquiere relevancia ante los argumentos de quienes han sostenido que la memoria de la violación de los derechos humanos cometida por agentes de la dictadura necesita de un correlato que aporte todos los antecedentes históricos que llevaron al golpe de Estado y la posterior instalación del régimen militar por diecisiete años. Sostienen, además, que un museo sobre derechos humanos establecido por el Estado no debería sólo mostrar la violación de los derechos humanos protagonizada por la dictadura, sino la cometida por la extrema izquierda bajo el mismo período.

A mi juicio la enunciación y relato de la memoria sobre la violación de los derechos fundamentales del hombre ejercida por el Estado dictatorial en Chile no plantea como condición imperativa para su existencia un despliegue de todos los antecedentes históricos que llevaron a que aquélla se cometiera; tampoco necesita mostrar la violencia ejercida por el otro bando.

Primero, porque el museo está orientado a la reflexión ética de lo ocurrido y no al análisis histórico, como ya señalé. La narración pública de la Shoa (palabra hebrea que se refiere al Holocausto) en los museos y sitios de memoria erigidos o preservados en diversos países, no buscan como objetivo fundamental exponer los múltiples y complejos dispositivos que armaron el entramado de la política de exterminio judío por parte del régimen nazi.

No otorga un espacio privilegiado, por poner un ejemplo, a la exposición del antisemitismo imperante en muchos países de Europa, desde bastante tiempo antes de la Segunda Guerra Mundial, como uno de los fenómenos históricos que habrían contribuido a la solución final. Si bien aquel puede llegar a ser un antecedente presente en dichos museos o sitios de memoria, el sentido primordial de éstos está centrado en la narratividad y preservación de la memoria de la Shoa, invitando a la reflexión y a la creación de una conciencia colectiva en torno a ella, de tal modo de contribuir a evitar que genocidios como el judío se reediten.

Relaciones históricas

En segundo lugar, porque la violación de los derechos humanos cometida por la dictadura militar fue producto de una política estatal orientada hacia la sociedad civil en su conjunto, fenómeno que no guarda relación con las acciones armadas de grupos de izquierda que optaron por el camino de la violencia para derrocar a un régimen ilegítimo. No se trata de equilibrar la balanza, como pretendió en Argentina la teoría de los dos demonios, según la cual el terrorismo y la represión de Estado bajo la dictadura militar (1976-1983) debían ser analizados o comparados con las acciones de violencia ejercidas por los grupos guerrilleros argentinos en ese mismo período.

La represión dictatorial en Chile produjo un daño físico y sicológico que muchas víctimas cargan hasta hoy; sembró el terror entre todo opositor al régimen, destruyó el tejido social así como los supuestos en que descansaban las relaciones interpersonales y comunitarias con anterioridad al golpe, y eso lo hizo ostentando un poder ilimitado y arbitrario que actuó por lo general contra una sociedad indefensa. Ello no es comparable a la violencia ejercida por las organizaciones y movimientos de extrema izquierda que actuaron en el período.

Y en tercer lugar, porque las violaciones de los derechos humanos cometidas entre 1973 y 1990 constituyen un fenómeno que compete al Estado: fueron actos dirigidos, planificados y ejecutados desde diversas reparticiones del Estado dictatorial y organismos dependientes de él, que no sólo afectaron a los directamente reprimidos, sino que a sectores mayoritarios de la sociedad. El Estado actual debe hacerse cargo de esa memoria lacerante, en razón de un imperativo ético.

El objetivo del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos es hacer pública y preservar la memoria de la represión y la violación a los derechos humanos perpetradas bajo el régimen de Pinochet, memoria subalterna en muchos casos, denegada en otros -para utilizar el concepto de Ludmila da Silva Catela- y acallada en la mayoría. A través de videos documentales (del golpe, de las afueras de un Estadio Nacional repleto de detenidos o de las protestas de los ’80), de las cartas de los niños cuyos padres estaban presos, de las arpilleras de las mujeres que relatan la represión, de los documentos de la DINA, por nombrar algunos de los muy variados soportes en que la memoria de la violación a los derechos humanos se expresa en el museo, el visitante puede formarse su propia visión de lo ocurrido.

Relato implícito

Si bien el relato implícito, del que hablé al principio de esta columna, está presente, la mayoría del material documental exhibido proviene de los ’70 y los ’80 y por tanto no se trata de una memoria interpretada y resignificada en el tiempo desde la actualidad. La interpretación queda, sobre todo, en manos de los visitantes, que pueden tomar estas diferentes fuentes documentales sobre las violaciones de los derechos humanos cometidas por agentes de la dictadura militar como una invitación a la reflexión. Esto último es uno de los sentidos con el que el museo fue construido: “El Museo de la Memoria y los Derechos Humanos -expresa un folleto explicativo que se recibe en la entrada- es un espacio de reflexión ética sobre las violaciones a la vida y a la dignidad de las personas cometidas en Chile entre los años 1973 y 1990, que busca generar un compromiso ciudadano para que estos hechos nunca más se repitan”.

La memoria de un país es fundamental para la construcción de identidad y futuro; es también un elemento clave -sobre todo en países como el nuestro, que han vivido experiencias marcadas por la división, el enfrentamiento y la deshumanización- que participa de la búsqueda de la tan ansiada reconciliación. Sin espacios que permitan la expresión de las memorias denegadas sobre la violación de los derechos humanos, probablemente estemos en la línea de lo que Dori Laub señaló a propósito del Holocausto: “El no contar la historia sirve para perpetuar su tiranía”.

*Historiadora, docente de la Escuela de Historia de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano

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