15 de enero de 2014

Estimada Mª José ... recuerda que aunque a veces hay malas experiencias, nunca debes retroceder ni rendirte, quien persevera alcanza.
Joan Busquets i Verges. Exmaqui libertario del Berguedá 28/12/2013
"Muero contento, porque equivocado o no, muero por una idea" Manuel Barreiro dos días antes de ser fusilado 12/3/1939


domingo, 3 de mayo de 2009

Vidas robadas

BENJAMÍN PRADO 03/05/2009
Unos 30.000 niños, hijos de republicanos encarcelados o muertos, fueron a manos de familias del otro bando. Bastaba falsear sus vidas, sus apellidos. Hoy, los que quedan intentan, sin ayuda oficial, recuperar a los suyos, su pasado.

Algunos tenían una imagen que recordar. Otros no. Esto supone una gran diferencia entre los primeros y los segundos: mientras unos necesitaban recuperar su identidad, los otros ni siquiera llegaron a saber que la habían perdido. Se estima que desde el inicio de la Guerra Civil y hasta los años cincuenta, los sublevados de 1936 robaron a los republicanos alrededor de 30.000 niños, algunos para meterlos en seminarios u hospicios; otros para ser dados en adopción a ciudadanos afectos al régimen. En ocasiones, los niños habían sido separados de sus padres cuando tenían edad suficiente como para recordarlos, incluidos los encerrados junto a sus madres en las cárceles franquistas, donde les dejaban residir hasta los seis años. Pero en otras, nunca iban a conocer su origen los recién nacidos que les sustraían a las mujeres ingresadas en lugares como la Prisión de Madres Lactantes de Madrid y a las que, en muchos casos, fusilaban al poco de dar a luz. ¿Dónde fueron esos bebés? ¿Quién se los quedó? Resulta inquietante pensar en sus vidas falseadas y deducir que aún hoy habrá personas en nuestro país que no sean quienes suponen ser ni pertenezcan a las familias que consideran suyas. Han permanecido siete décadas ocultos y tampoco ahora hay demasiado interés en rescatarles del olvido.

Esa historia siniestra comienza incluso antes de la guerra y en teorías tan disparatadas como las del psiquiatra militar Antonio Vallejo Nájera, cuya tesis era que el marxismo es una enfermedad mental propia de personas intelectualmente débiles y moralmente despreciables. Siguiendo las doctrinas de la eugenesia y convencido de que la tara del socialismo se transmitía a quienes rodeasen al afectado, el estrambótico médico promovía el tratamiento con electrochoques a esos rojos de una especie humana inferior, su aislamiento en granjas y quitarles a sus hijos para evitar el contagio. Esto último tuvo una expresión macabra, pero que hizo fortuna: hay que separar el grano de la paja. Para poner en práctica sus teorías, Vallejo Nájera no tuvo más que esperar a que otro loco se hiciera con el país, y la sintonía entre ambos fue tan extraordinaria, que en cuanto empezó la guerra Franco lo nombró psiquiatra en jefe de su ejército, le dio permiso para que iniciase sus investigaciones con los prisioneros y firmó las leyes que hacían falta para que sus desvaríos se hiciesen realidad.

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