La derecha es ahora un clamor. Pide a gritos, unánimemente, que los sindicatos le monten a José Luis Rodríguez Zapatero una huelga general. Los herederos de Franco, los hijos y los nietos de quienes ovacionaban emocionados al Caudillo, cuando cada año -al atardecer del día 1 de mayo- entraba en el palco del Bernabéu para presidir la fiesta de San José Artesano [lo de San José Obrero no estaba bien visto], parece que se hayan pasado, de pronto, a predicar la revolución obrera y campesina.
¡Qué hermoso acto -sindical y a la vez patriótico- se celebraba durante el régimen del general Franco en el Estadio del Real Madrid, con alguna que otra escapada al Nou Camp! Había -para gozo y orgullo de los asistentes- atractivos y diversos bailes regionales. Daba gusto observar que nadie reivindicaba nada. La Sección Femenina aportaba españolísimas mujeres, admiradoras de Agustina de Aragón y de Pilar Primo de Rivera, presidenta perpetua del tinglado.
Paz y orden
Los buenos españoles estaban agradecidos al Generalísimo porque él nos trajo la paz y el orden. El único sindicato autorizado era entonces, durante cerca de cuarenta años, el vertical. Reunía amigablemente a empresarios y trabajadores. Todos juntos se esforzaban por levantar España. Unos se enriquecían repartiéndose el botín de los vencedores. Los otros malvivían, eran los vencidos. No había huelgas y los que intentaban promoverlas o llevarlas a cabo acababan condenados por el TOP (Tribunal de Orden Público). Dirigentes y militantes de CCOO y de UGT iban a la cárcel. Querían estos “tontos útiles” –“al servicio del comunismo internacional”- “devolvernos de nuevo al 36”, escribían indignados los comentaristas de la época, en su mayoría lameculos del dictador, vigilados por la
La sonrisa del régimen
En el Gobierno figuraba el ministro delegado nacional de Sindicatos y secretario general del Movimiento. El más conocido fue José Solís Ruiz, “la sonrisa del Régimen”. Los padres y los abuelos de los populares leían el ABC o el Arriba. Los católicos propagandistas, el YA. Los más pícaros compraban Pueblo, propiedad precisamente de la Organización Sindical, que dirigía Emilio Romero, que fue un listo perillán, sin apenas escrúpulos; faltaría más.
Ortodoxia oficial
Los periódicos –los citados y los demás-, así como las radios y la televisión atacaban sin piedad a los obreros si hacían huelga. Si algún medio de comunicación se desmarcaba de la ortodoxia oficial era multado y hasta cerrado y dinamitado literalmente, como el Madrid, que apostaba por don Juan de Borbón y por una monarquía liberal. Los colegas de Triunfo, y muchos más, también supieron lo que valía el peine del dictador.
Sueñan con la puntilla
Pues bien, los hijos y los nietos –salvo excepciones escasas- del franquismo sociológico cargan ahora contra los sindicatos de clase y les afean sin pudor que no hayan impulsado una huelga general de protesta frente al Gobierno Zapatero. Los tildan, a los dirigentes de UGT y de CCOO, de estar vendidos o de haberse “llenado los bolsillos” –Isabel Durán dixit en La Mirada Crítica de Tele 5- con las subvenciones gubernamentales. Sueñan con una huelga gigantesca que sería la puntilla para matar políticamente a Zapatero. Imaginan alborozados que la Moncloa podría convertirse en el Palacio de Versalles (1789) o el Palacio de Invierno (1917).
El mascarón de proa
Lleva el PP, de mascaron de proa en las europeas, a Jaime Mayor Oreja. La lista la encabeza, pues, un nostálgico del franquismo, que se negó a condenar hace un par de años más o menos al tirano e incluso lo justificó. Cualquier día, este ultra maquillado –que tantos insultos repugnantes esparció contra Zapatero a cuenta del proceso de paz- hace un llamamiento a la huelga general. Llegará, sin embargo, tarde. Se le adelantó el director de ABC, el 2 de mayo, como nos ha recordado en El Plural nuestro colaborador y amigo Luis Solana. Resultaría conmovedor todo esto, si no fuera porque la verdad es que el PP trata de sacar tajada -¡vale todo!- de los más de cuatro millones de parados. A Genóva 13 lo único que le interesa es el poder, aun a costa de manipular a los parados.
Enric Sopena es director de El Plural
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