FRANCESC ARROYO - Barcelona - 06/01/2000 "Aquí fue asesinado Quico Sabaté, guerrillero antifranquista. 5 de enero de 1960", así reza la placa instalada ayer en la esquina donde, hace 40 años, cayó muerto el luchador anarquista. Un centenar de personas se congregaron de buena mañana para recordar los hechos, desafiando el frío y la soledad del lugar, convertido en vía de paso hacia el interior de la población y el macizo del Montseny.Fue un acto casi íntimo, pese a contar con la presencia del alcalde de la localidad, Joan Castaño, y una nutrida representación de simpatizantes anarquistas y estudiosos de la resistencia antifranquista. Apenas había nadie que no tuviera relación directa o indirecta con el asunto. La pared donde se colocó la placa ni siquiera estaba limpia.
La indiferencia de la población de Sant Celoni se explica por el hecho de que el guerrillero no tiene más relación con la localidad que la circunstancia de que allí encontró la muerte. Pudo haber caído en cualquier otro lugar, pero fue allí, e incluso allí está su cuerpo enterrado, sin que durante años ni siquiera una lápida lo recordara, por impedimento legal.
Sabaté murió cuando buscaba ayuda para su pierna herida y gangrenada. Pocos días antes había cruzado la frontera con un grupo armado para dar algunos golpes, posiblemente en Barcelona, su medio natural. Cerca de Banyoles fue descubierto por la Guardia Civil. Tras un enfrentamiento, cayeron sus acompañantes. Él mató a un teniente, logró burlar el cerco y llegó hasta la vía del tren. Subió a uno, se dirigió al maquinista y, amenazándole con una pistola, le exigió que no parase hasta llegar a Barcelona. No podía ser. La máquina era de carbón y antes, en Maçanet, había que cambiarla por otra eléctrica. Ese cambio resultó fatídico, el maquinista pudo dar la alarma y empezaron las batidas, en las que participaron especialmente la Guardia Civil y el somatén. En cierto sentido, ha comentado alguna vez el historiador Josep Maria Solé Sabaté, Quico era un anacronismo que no supo adaptarse al mundo de la electricidad.
Quico era el segundo hijo de una familia de L"Hospitalet de Llobregat que tuvo cinco hijos. Josep, el mayor, murió en 1949, en Barcelona, en la calle Baix de Sant Pere, tras un tiroteo en el que mató a un policía. Manel, el último de los varones, fue condenado a muerte en consejo de guerra y ejecutado.
Miembro de la CNT-FAI, Quico Sabaté centró su actividad guerrillera ("de bandidaje", según recordaron ayer que prefería decir la información de aquellos años) en las ciudades. A diferencia del movimiento comunista, que llevó a cabo una guerrilla predominantemente rural, Quico y sus anarquistas se movieron en las ciudades y en medios industriales.
La guerrilla española llega a su momento más intenso con el final de la II Guerra Mundial, cuando las democracias occidentales deciden perdonar la vida a Franco.
Sabaté fue, sobre todo, audaz. Entre los golpes que se le atribuyen destaca el asalto al meublé La Casita Blanca (aún existente, en Barcelona), así como varios atracos a bancos, actividad que heredarían años más tarde otros movimientos libertarios como fórmula de financiación. Sabaté fue el último anarquista muerto en un enfrentamiento. La muerte de Ramon Vila, el 7 de agosto de 1963, se produjo al estallarle en las manos un artefacto con el que pretendía atentar contras unas torres eléctricas en Balsareny. Antes había muerto José Luis Facerias, el 30 de agosto de 1957, en Nou Barris, en Barcelona, en un enfrentamiento con la policía.
Abel Rocha, la persona que disparó contra él ("las 30 balas del naranjero", recordaba ayer) hasta causarle la muerte, vive a menos de cien metros del lugar. También él pasó por alto la celebración. Ni siquiera se asomó a la puerta de su casa para ver si había mucha o poca gente. Eso sí, cree que la expresión "asesinado" que figura en la placa no es del todo exacta: "Él tenía un revólver del 45 y una Thomson del mismo calibre. Me disparó dos veces. Me dio en la pierna y en una medalla que llevaba en el pecho. Yo también disparé, todas las balas del cargador, sin pensarlo o pensando sólo que era él o yo". Rocha, nacido en Soria en 1921, ha vivido casi siempre en Sant Celoni y asegura que, pese a que ha recibido amenazas anónimas, nunca ha dejado de ir a sitio alguno por miedo.
En 1960, Rocha era subcabo del somatén, un colectivo paramilitar adicto al régimen franquista. Él asegura que nunca ha sido de derechas ni de izquierdas. "Yo soy joseantoniano", afirma. Después de aquellos hechos, ha declinado cualquier tipo de cargo oficial y ha vivido en el pueblo, donde tiene una gestoría, con cierta discreción sobre el asunto, apenas rota cuando recibe visitas de historiadores.
Un caso distinto es el de un policía local, apodado Mataperros, que disparó contra el cuerpo ya muerto de Sabaté. No pocos recuerdan que durante años -y aún ahora- ha presumido de ser quien remató al guerrillero.
Ajenos a estas historias individuales, los organizadores del homenaje a Sabaté desgranaron sus discursos y se dieron cita para la serie de actos que evocarán la figura del guerrillero.
Casi todos insistieron en la necesidad de mantener vivo el recuerdo, la memoria, el pasado, por la conveniencia de que no sea deformado con el fin de que los jóvenes aprendan de lo que fue y eviten que se repita.
Uno de los viejos resistentes, Jaume Martori, fue un poco más allá. En su parlamento, breve pero emotivo, lamentó la "utilización" de la figura de Sabaté. "He oído decir que si era nacionalista, que si era republicano, que si tal y que si cual. Nada de eso. Sabaté era un libertario, un anarquista que buscaba la libertad y la perfección del hombre".
Josep Lluís Ódena es un joven miembro de la comisión que ha organizado el homenaje. Recordó que, como escolta, recorrió el último trayecto hecho por Sabaté en 1960, desde la frontera hasta la muerte, porque lo consideraron un ejemplo de compromiso. Y terminó con una frase que arrancó alguna lágrima a los más entrados en años: "Es admirable comprobar que Sabaté está vivo, está libre".
Estaba también Quico Martínez, guerrillero de la comarca del Bierzo, en León, que se pateó las montañas de su tierra y las de Asturias antes de marchar al exilio, en 1951. "Luchábamos contra la dictadura franquista, pero hubiéramos preferido otra opción antes que la de las armas", dijo. Habló de las tragedias, de sus compañeros muertos, de las torturas y los asesinatos que siguen sin ser conocidos porque los archivos policiales aún no están a disposición de los historiadores; de que esta historia sigue "oculta y ocultada" como una herencia del franquismo que fomentaba el olvido como camino seguro hacia un pueblo "domesticado y sin ideas".
Quico, el "otro Quico", se definió como "un guerrillero de la memoria movilizado contra ese olvido en el que se pretende sepultar la historia de la resistencia".
Esta lucha contra la desmemoria, iniciada ayer en Sant Celoni, seguirá en otros puntos de España: "En toda Cataluña, en Extremadura y en León, en Andalucía y en Castilla", dijo Dolores Cabra, representante de la organización y miembro de una comisión que persigue la rehabilitación de los guerrilleros antifranquistas. Una rehabilitación que hay que lograr, insistió, "por ellos y por nosotros", al tiempo que reclamaba que se abran a los historiadores los archivos policiales y de la Guardia Civil que, dijo, se están destruyendo día a día a causa de la "desidia".
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