Donde los ángeles
21/07/2010 Pablo Alcázar López
En la mañana del 20 de Julio de 2010, el diario IDEAL de Granada informaba de que Lorca, según Luis Rosales, “fue partidario de una dictadura militar”. Por la tarde, ante las tapias del cementerio de San José, donde fueron fusilados 3,900 granadinos, una mujer leyó la carta que uno de los asesinados escribió a su familia poco antes de morir. En ella, un ferviente cristiano, rogaba a su gente que perdonasen a los que lo iban a matar y que vivieran sin odio, que apagaran los deseos de venganza. Expresaba también su esperanza de reunirse con ellos en el Cielo. Ambos podrían haber sido abatidos por fuego amigo. ¿Los mataron sus propios correligionarios? ¿Qué guerra fue aquella? ¿Es que había ganas de matar? ¿Es que cada cierto tiempo no hay más remedio que matar por matar? ¿Cualquier excusa sirve para matar? ¿Cómo han asimilado este horror los ejecutores directos, los que no sacaron beneficio mayor de las muertes que produjeron, los que se mancharon las manos con la sangre de los cadáveres? ¿Cómo han podido vivir durante estos años? Porque el olvido barrió, en primer lugar, los perfiles de los motivos que les llevaron a apretar el gatillo y cada vez les fueron pareciendo más insignificantes. A los que ocuparon los sitios que arrebataron a los asesinado, en los ayuntamientos, en la Universidad, en las escuelas, en el tajo, en la consideración y el aprecio de sus vecinos, la dulce regalía les anestesió el remordimiento, pero, ¿y los que mataron por nada?, ¿y los que no obtuvieron nada por matar?, ¿y los que siguieron en su miseria, sin el más mínimo reconocimiento, apechugando con el crimen del que, en la mayoría de los casos, sólo fueron meros instrumentos?, ¿esos que se encontraban diariamente con las madres, los hermanos de los asesinados por la calle, esos que olvidaron todo menos las caras de incomprensión y horror de los que recibían sus balas? Esos son los que han impregnado a la ciudad de un cierto tono de desesperanza impenetrable. No hay tópico más deleznable que el de la malafollá granadina, como algo que los naturales de la ciudad llevaran en sus genes. Esa tristeza suspicaz y altanera, ese resentimiento del que se sabe mal pagado, la sospecha y la reserva que algunos granadinos practican con todo y con todos, no tiene nada que ver con los genes, es uno de los efectos indeseables de aquel fuego amigo/enemigo que acabó con lo mejor de la ciudad para que emergiesen las medianías que ni siquiera eran fascistas, simplemente eran uno criminales aprovechados. Por eso cuesta tanto quitar una estatua de José Antonio de una plaza de Granada o mantener las humildes placas conmemorativas del horror en las tapias del cementerio.
José María García Labrac.
Responsable de Finanzas/Tesorería.
Área de Comunicación.
UCAR-Granada.
Secretario de la Coordinadora Republicana de Granada.
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