AAribert Heim, en 1961, con su hijo Rüdiger
en Baden Baden, Poco después huiría
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Un juzgado de Berlín ofrece a los hijos de Aribert Heim, médico de las SS, recuperar su herencia
El mayor se niega recibir nada de su padre y el pequeño acepta el legado, de un millón de euros
El Pais - José María Irujo
16 JUN 2013
El cuerpo de Aribert Heim,
el Doctor Muerte, continúa sin aparecer, pero, al menos, acaba de
aflorar su herencia: un millón ochenta y ocho mil euros. Ese es el
legado económico que el criminal nazi más buscado ha dejado a sus
herederos. Un juzgado municipal de Berlín acordó el pasado 3 de abril
aceptar el óbito del Carnicero de Mauthausen
—desaparecido durante décadas y declarado muerto hace solo nueve
meses—, examinar los documentos sobre sus últimos deseos y preguntar a
sus dos hijos si aceptan el dinero: Rüdiger, de 57 años, soltero, ha
respondido que sí. Su hermano Aideberg, de 63, casado, ha contestado con
una negativa. No quiere recibir nada del hombre acusado de asesinar a
300 presos con inyecciones de benceno en el corazón en el siniestro
Revier, enfermería, del campo de Mauthausen.
Los hermanos Heim han mantenido una posición muy diferente desde que
su padre se fugó de Alemania cuando ellos tenían seis y doce años. El
menor contactó con él en su secreto refugio en El Cairo (Egipto), le
ayudó, visitó varias veces y acompañó durante sus últimos días de vida.
Creyó en su inocencia y mintió sobre su paradero. El mayor no quiso
saber nada de su progenitor ni volvió a verlo jamás. Dos actitudes
distintas frente al mismo padre. “Me ha dicho que no quiere nada de él y
así lo hemos comunicado al juzgado”, afirma Rüdiger de su hermano.
Después de una búsqueda infructuosa que duró 50 años, el juez Neerforth cerró
el pasado mes de septiembre la búsqueda de uno de los hombres más
odiados y perseguidos de Alemania. Documentos aportados al juzgado por
Freitz Steinaker, de 91 años, abogado y amigo del nazi, y por Rüdiger
Heim, su hijo menor, demostraron que el Doctor Muerte falleció en agosto
de 1992 en El Cairo (Egipto) a los 78 años víctima de un cáncer de
colon. El apuesto médico de las SS murió en los brazos de Rüdiger, el
que ha aceptado la herencia, en su habitación del hotel Kars el Medina,
donde vivió escondido bajo el nombre de Tarek Hussein Farid, identidad
que adoptó cuando en 1980 se convirtió al islam. Los dueños del hotel,
la familia Doma, asegura haber visto su cadáver.
El 5 de mayo de 1962, poco antes de su fuga, Aribert Heim redactó una
breve nota fechada en Fráncfort bajo el título de “mis últimas
voluntades” y un texto que dice así: “Mis herederos tienen que ser mis
hijos, al 50% cada uno”. En su herencia excluyó a Frield, entonces su
esposa. El testamento estaba en una vieja maleta de cuero, con
documentos, en la que el nazi guardaba sus recuerdos en el refugio de El
Cairo.
El origen de Aribert Heim era humilde. Su padre era policía y su
madre ama de casa, austriacos. Al terminar la guerra, el médico de las SS
fue detenido y sometido a un proceso de desnazificación en una mina de
sal de los Aliados. En 1947 quedó libre, conoció a Frield, una médica
perteneciente a una rica familia alemana, y se casaron. Los Heim se
instalaron en un precioso palacete de los padres de ella en Baden Baden y
ejercieron de ginecólogos. Luego llegaron Aideberg y Rüdiger, que solo
tenían doce años y seis años cuando un policía apareció en su casa y
comenzó a hacer preguntas sobre la estancia del doctor en 1942 en la
enfermería de Mauthausen. Heim huyó y se esfumó para siempre. “Mi madre
no tenía problemas económicos. Poseía medios y no dependía de mi padre.
No me parece extraño que no apareciera en ese testamento”, responde
Rüdiger. Los Heim se separaron en 1967, cinco años después de su fuga.
Frield inició una nueva relación en Baden Baden que ha durado hasta
ahora.
Además del viejo testamento de 1962 encontrado en la maleta de El
Cairo, el juzgado de Berlín acaba de recibir el original de otro legado
nuevo. Está fechado en 1980, y Heim ordena en él dejar las tres cuartas
partes de su herencia a Frield, su exesposa, y el resto a sus dos hijos a
partes iguales. Pero, Frield, una mujer amable que hasta hace muy poco
atendía al teléfono, falleció el pasado mes de diciembre, a los 90 años,
en su casa y acompañada de su hijo Rüdiger, que ha convivido y cuidado
de ella hasta su muerte. El nuevo testamento contempla la entrega de
otros bienes a unos familiares. Heim tuvo una hija de otra relación que
vive en Chile.
La presión de los vecinos por el estado del edificio logró que el
tribunal de Baden Baden levantara el embargo en 1988 y lo vendiera. El
dinero se invirtió en fondos y acciones que alcanzaron 1,4 millones de
marcos y que han permanecido embargados. Una llamada, en marzo de 1997,
de Alexander Dettling, el policía de Stuttgart que seguía la pista del
Doctor Muerte por todo el mundo, descubrió a la familia la existencia
del dinero: “Quiero comunicarle que hay una cuenta a nombre de su padre
en Berlín por valor de 1.400.000 marcos. No quiero comprarle, pero si su
padre está muerto sus herederos cobrarán el dinero”, le dijo a Rüdiger.
Desde entonces Rüdiger ha tardado 13 años en decir la verdad. La
confesó en 2010 al juez Neerforth, meses después de haber negado a EL
PAÍS conocer el paradero de su padre. “Creo que mi padre cambió el
testamento porque los apartamentos de Berlín los compró con un crédito
avalado por mi madre. Era justo que ella fuera la mayor heredera”,
afirma.
Las 21 cartas
que Heim envió desde Egipto a sus familiares —todas con nombres en
clave— revelan la preocupación que tenía sobre cómo aceptarían sus hijos
los horrores que le achacaban testigos de la enfermería de Mauthausen.
“No entiendo a la madre de los niños. Debería tener más madurez para
activar la autoestima de nuestros hijos y para promover la independencia
de alma y espíritu en su entorno. Sería difícil en una situación de
pobreza, pero no es el caso”, reprochaba en una misiva del 24 de
diciembre de 1982.
Aideberg, el hijo mayor, no volvió a ver a su padre. Le escribió una
carta de despedida cuando supo por su hermano que le quedaban semanas de
vida. Estudiaba medicina cuando se hicieron públicas las acusaciones.
“Le afectó mucho. Nunca ha querido saber nada”, explica Rüdiger, el hijo
menor, que todavía defiende a su padre. “La verdad judicial y la verdad
de mi padre son diferentes”, esgrime.
La acusación fue redactada cuando el médico de las SS llevaba 17 años
huido en Egipto y su introducción decía así: “Seleccionó a presos
sanos, jóvenes y judíos para un tratamiento especial tanto en el campo
como en la enfermería. Con la colaboración de otros funcionarios presos y
ayudantes de la enfermería, los anestesió con éter y cloroformo para
simular un examen médico. En este estado de desamparo les aplicó con sus
propias manos una inyección de cloruro de magnesio en el ventrículo del
corazón que tuvo el efecto esperado de la muerte inmediata de la
víctima”.
¿Qué va hacer con el dinero? “No lo sé, necesito analizarlo”, responde Rüdiger.
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