Cuando yo era niño, en las escuelas del Uruguay nos enseñaban que el 
país se había salvado del problema indígena gracias a los generales que 
en el siglo pasado exterminaron a los últimos charrúas. 
El problema indígena: los primeros americanos, los verdaderos descubridores de 
América,
 son un problema. Y para que el problema deje de ser un problema, es 
preciso que los indios dejen de ser indios. Borrarlos del mapa o 
borrarles el alma, aniquilarlos o asimilarlos: el genocidio o el 
otrocidio. 
En diciembre de 1976, el ministro del Interior del Brasil anunció, 
triunfal, que el problema indígena quedará completamente resuelto al 
final del siglo veinte: todos los indios estarán, para entonces, 
debidamente integrados a la sociedad brasileña, y ya no serán indios. El
 ministro explicó que el organismo oficialmente destinado a su 
protección (FUNAI, Fundacao Nacional do Indio) se encargará de 
civilizarlos, o sea: se encargará de desaparecerlos. Las balas, la 
dinamita, las ofrendas de comida envenenada, la contaminación de los 
ríos, la devastación de los bosques y la difusión de virus y bacterias 
desconocidos por los indios, han acompañado la invasión de la Amazonia 
por las empresas ansiosas de minerales y madera y todo lo demás. Pero la
 larga y feroz embestida no ha bastado. La domesticación de los indios 
sobrevivientes, que los rescata de la barbarie, es también un arma 
imprescindible para despejar de obstáculos el camino de la conquista. 
*** 
Matar al indio y salvar al hombre, aconsejaba el piadoso coronel 
norteamericano Henry Pratt. Y muchos años después, el novelista peruano 
Mario Vargas Llosa explica que no hay más remedio que modernizar a los 
indios, aunque haya que sacrificar sus culturas, para salvarlos del 
hambre y la miseria. 
La salvación condena a los indios a trabajar de sol a sol en minas y 
plantaciones, a cambio de jornales que no alcanzan para comprar una lata
 de comida para perros. Salvar a los indios también consiste en romper 
sus refugiso comunitarios y arrojarlos a las canteras de mano de obra 
barata en la violenta intemperie de las ciudades, donde cambian de 
lengua y de nombre y de vestido y terminan siendo mendigos y borrachos y
 putas de burdel. O salvar a los indios consiste en ponerles uniforme y 
mandarlos, fusil al hombro, a matar a otros indios o a morir defendiendo
 al sistema que los niega. Al fin y al cabo, los indios son buena carne 
de cañón: de los 25 mil indios norteamericanos enviados a la segunda 
guerra mundial, murieron 10 mil. 
El 16 de diciembre de 1492, 
Colón
 lo había anunciado en su diario: los indios sirven para les mandar y 
les hacer trabajar, sembrar y hacer todo lo que fuere menester y que 
hagan villas y se enseñen a andar vestidos y a nuestras costumbres. 
Secuestro de los brazos, robo del alma: para nombrar esta operación, en 
toda 
América
 se usa, desde los tiempos coloniales, el verbo reducir. El indio 
salvado es el indio reducido. Se reduce hasta desaparecer: vaciado de 
sí, es un no-indio, y es nadie. 
*** 
El shamán de los indios chamacocos, de Paraguay, canta a las estrellas, a
 las arañas y a la loca Totila, que deambula por los bosques y llora. Y 
canta lo que le cuenta el martín pescador:
-No sufras hambre, no sufras sed. Súbete a mis alas y comeremos peces del río y beberemos el viento. 
Y canta lo que le cuenta la neblina:
-Vengo a cortar la helada, para que tu pueblo no sufra frío. 
Y canta lo que le cuentan los caballos del cielo:
-Ensíllanos y vamos en busca de la lluvia. 
Pero los misioneros de una secta evangélica han obligado al chamán a 
dejar sus plumas y sus sonajas y sus cánticos, por ser cosas del Diablo;
 y él ya no puede curar las mordeduras de víboras, ni traer la lluvia en
 tiempos de sequía, ni volar sobre la tierra para cantar lo que ve. En 
una entrevista con Ticio Escobar, el shamán dice: Dejo de cantar y me 
enfermo. Mis sueños no saben adónde ir y me atormentan. Estoy viejo, 
estoy lastimado. Al final, ¿de qué me sirve renegar de lo mío? 
El shamán lo dice en 1986. En 1614, el arzobispo de Lima había mandado 
quemar todas las quenas y demas instrumentos de música de los indios, y 
había prohibido todas sus danzas y cantos y ceremonias para que el 
demonio no pueda continuar ejerciendo sus engaños. Y en 1625, el oidor 
de la Real Audiencia de Guatemala había prohibido las danzas y cantos y 
ceremonias de los indios, bajo pena de cien azotes, porque en ellas 
tienen pacto con los demonios. 
*** 
Para despojar a los indios de su libertad y de sus bienes, se despoja a 
los indios de sus símbolos de identidad. Se les prohíbe cantar y danzar y
 soñar a sus dioses, aunque ellos habían sido por sus dioses cantados y 
danzados y soñados en el lejano día de la Creación. Desde los frailes y 
funcionarios del reino colonial, hasta los misioneros de las sectas 
norteamericanas que hoy proliferan en América Latina, se crucifica a los
 indios en nombre de Cristo: para salvarlos del infierno, hay que 
evangelizar a los paganos idólatras. Se usa al Dios de los cristianos 
como coartada para el saqueo. 
El arzobispo Desmond Tutu se refiere al África, pero también vale para América:
-Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos 
dijeron: "Cierren los ojos y recen". Y cuando abrimos los ojos, ellos 
tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia. 
*** 
Los doctores del Estado moderno, en cambio, prefieren la coartada de la 
ilustración: para salvarlos de las tinieblas, hay que civilizar a los 
bárbaros ignorantes. Antes y ahora, el racismo convierte al despojo 
colonial en un acto de justicia. El colonizado es un sub-hombre, capaz 
de superstición pero incapaz de religión, capaz de folclore pero incapaz
 de cultura: el sub-hombre merece trato subhumano, y su escaso valor 
corresponde al bajo precio de los frutos de su trabajo. El racismo 
legitima la rapiña colonial y neocolonial, todo a lo largo de los siglos
 y de los diversos niveles de sus humillaciones sucesivas. 
América Latina trata a sus indios como las grandes potencias tratan a América Latina. 
*** 
Gabriel René-Moreno fue el más prestigioso historiador boliviano del 
siglo pasado. Una de las universidades de Bolivia lleva su nombre en 
nuestros días. Este prócer de la cultura nacional creía que los indios 
son asnos, que generan mulos cuando se cruzan con la raza blanca. Él 
había pesado el cerebro indígena y el cerebro mestizo, que según su 
balanza pesaban entre cinco, siete y diez onzas menos que el cerebro de 
raza blanca, y por tanto los consideraba celularmente incapaces de 
concebir la libertad republicana. 
El peruano Ricardo Palma, contemporáneo y colega de Gabriel René-Moreno,
 escribió que los indios son una raza abyecta y degenerada. Y el 
argentino Domingo Faustino Sarmiento elogiaba así la larga lucha de kis 
indios araucanos por su libertad: Son más indómitos, lo que quiere 
decir: animales más reacios, menos aptos para la Civilización y la 
asimilación europea. 
El más feroz racismo de la historia latinoamericana se encuentra en las 
palabras de los intelectuales más célebres y celebrados de fines del 
siglo diecinueve y en los actos de los políticos liberales que fundaron 
el Estado moderno. A veces, ellos eran indios de origen, como Porfirio 
Díaz, autor de la modernización capitalista de México, que prohibió a 
los indios caminar por las calles principales y sentarse en las plazas 
públicas si no cambiaban los calzones de algodón por el pantalón europeo
 y los huaraches por zapatos. 
Eran los tiempos de la articulación al mercado mundial regido por el 
Imperio Británico, y el desprecio científico por los indios otorgaba 
impunidad al robo de sus tierras y de sus brazos. 
El mercado exigía café, pongamos el caso, y el café exigía más tierras y
 más brazos. Entonces, pongamos por caso, el presidente liberal de 
Guatemala, Justo Rufino Barrios, hombre de progreso, restablecía el 
trabajo forzado de la época colonial y regalaba a sus amigos tierras de 
indios y peones indios en cantidad. 
*** 
El racismo se expresa con más ciega ferocidad en países como Guatemala, 
donde los indios siguen siendo porfiada mayoría a pesar de las 
frecuentes oleadas exterminadoras. 
En nuestros días, no hay mano de obra peor pagada: los indios mayas 
reciben 65 centavos de dólar por cortar un quintal de café o de algodón o
 una tonelada de caña. Los indios no pueden ni plantar maíz sin permiso 
militar y no pueden moverse sin permiso de trabajo. El ejército organiza
 el reclutamiento masivo de brazos para las siembras y cosechas de 
exportación. En las plantaciones, se usan pesticidas cincuenta veces más
 tóxicos que el máximo tolerable; la leche de las madres es la más 
contaminada del mundo occidental. Rigoberta Menchú: su hermano menor, 
Felipe, y su mejor amiga, María, murieron en la infancia, por causa de 
los pesticidas rociados desde las avionetas. Felipe murió trabajando en 
el café. María, en el algodón. A machete y bala, el ejército acabó 
después con todo el resto de la familia de Rigoberta y con todos los 
demás miembros de su comunidad. Ella sobrevivió para contarlo. 
Con alegre impunidad, se reconoce oficialmente que han sido borradas del mapa 440 aldeas 
indígenas
 entre 1981 y 1983, a lo largo de una campaña de aniquilación más 
extensa, que asesinó o desapareció a muchos miles de hombres y de 
mujeres. La limpieza de la sierra, plan de tierra arrasada, cobró 
también las vidas de una incontable cantidad de niños. Los militares 
guatemaltecos tienen la certeza de que el vivio de la rebelión se 
transmite por los genes. 
Una raza inferior, condenada al vicio y a la holgazanería, incapaz de 
orden y progreso, ¿merece mejor suerte? La violencia institucional, el 
terrorismo de Estado, se ocupa de despejar las dudas. Los conquistadores
 ya no usan caparazones de hierro, sino que visten uniformes de la 
guerra de Vietnam. Y no tienen piel blanca: son mestizos avergonzados de
 su sangre o indios enrolados a la fuerza y obligados a cometer crímenes
 que los suicidan. Guatemala desprecia a los indios, Guatemala se 
autodesprecia. 
Esta raza inferior había descubierto la cifra cero, mil años antes de 
que los matemáticos europeos supieran que existía. Y habían conocido la 
edad del universo, con asombrosa precisión, mil años antes que los 
astrónomos de nuestro tiempo. 
Los mayas siguen siendo viajeros del tiempo: ¿Qué es un hombre en el camino? Tiempo. 
Ellos ignoraban que el tiempo es dinero, como nos reveló Henry Ford. El 
tiempo, fundador del espacio, les parece sagrado, como sagrados son su 
hija, la tierra, y su hijo, el ser humano: como la tierra, como la 
gente, el tiempo no se puede comprar ni vender. La Civilización sigue 
haciendo lo posible por sacarlos del error. 
*** 
¿Civilización? La historia cambia según la voz que la cuenta. En 
América, en Europa o en cualquier otra parte. Lo que para los romanos 
fue la invasión de los bárbaros, para los alemanes fue la emigración al 
sur. 
No es la voz de los indios la que ha contado, hasta ahora, la historia 
de América. En las vísperas de la conquista española, un profeta maya, 
que fue boca de los dioses, había anunciado: Al terminar la codicia, se 
desatará la cara, se desatarán las manos, se desatarán los pies del 
mundo. Y cuando se desate la boca, ¿qué dirá? ¿Qué dirá la otra voz, la 
jamás escuchada? Desde el punto de vista de los vencedores, que hasta 
ahora ha sido el punto de vista único, las costumbres de los indios han 
confirmado siempre su posesión demoníaca o su inferioridad biológica. 
Así fue desde los primeros tiempos de la vida colonial:
¿Se suicidan los indios de las islas del mar Caribe, por negarse al trabajo esclavo? Porque son holgazanes. 
¿Andan desnudos, como si todo el cuerpo fuera cara? Porque los salvajes no tienen vergüenza. 
¿Ignoran el derecho de propiedad, y comparten todo, y carecen de afán de
 rqueza? Porque son más parientes del mono que del hombre. 
¿Se bañan con sospechosa frecuencia? Porque se parecen a los herejes de 
la secta de Mahoma, que bien arden en los fuegos de la Inquisición. 
¿Jamás golpean a los niños, y los dejan andar libres? Porque son incapaces de castigo ni doctrina. 
¿Creen en los sueños, y obedecen a sus voces? Por influencia de Satán o por pura estupidez. 
¿Comen cuando tienen hambre, y no cuando es hora de comer? Porque son incapaces de dominar sus instintos. 
¿Aman cuando sienten deseo? Porque el demonio los induce a repetir el pecado original. 
¿Es libre la homosexualidad? ¿La virginidad no tiene importancia alguna? Porque viven en la antesala del infierno. 
*** 
En 1523, el cacique Nicaragua preguntó a los conquistadores:
-Y al rey de ustedes, ¿quién lo eligió? 
El cacique había sido elegido por los ancianos de las comunidades. 
¿Había sido el rey de Castilla elegido por los ancianos de sus 
comunidades? La América precolombina era vasta y diversa, y contenía 
modos de democracia que Europa no supo ver, y que el mundo ignora 
todavía. Reducir la realidad indígena americana al despotismo de los 
emperadores incas, o a las prácticas sanguinarias de la dinastía azteca,
 equivale a reducir la realidad de la Europa renacentista a la tiranía 
de sus monarcas o a las siniestras ceremonias de la Inquisición. 
En la tradición guaraní, por ejemplo, los caciques se eligen en 
asambleas de hombres y mujeres -y las asambleas los destituyen si no 
cumplen el mandato colectivo. En la tradición iroquesa, hombres y 
mujeres gobiernan en pie de igualdad. Los jefes son hombres; pero son 
las mujeres quienes los ponen y deponen y ellas tienen poder de 
decisión, desde el Consejo de Matronas, sobre muchos asuntos 
fundamentales de la confederación entera. Allá por el año 1600, cuando 
los hombres iroqueses se lanzaron a guerrear por su cuenta, las mujeres 
hicieron huelga de amores. Y al poco tiempo los hombres, obligados a 
dormir solos, se sometieron al gobierno compartido. 
*** 
En 1919, el jefe militar de Panamá en las islas de San Blas, anunció su triunfo:
-Las indias kunas ya no vestirán molas, sino vestidos civilizados. 
Y anunció que las indias nunca se pintarían la nariz sino las mejillas, 
como debe ser, y que nunca más llevarían aros en la nariz, sino en las 
orejas. Como debe ser. 
Setenta años después de aquel canto de gallo, las indias kunas de 
nuestros días siguen luciendo sus aros de oro en la nariz pintada, y 
siguen vistiendo sus molas, hechas de muchas telas de colores que se 
cruzan con siempre asombrosa capacidad de imaginación y de belleza: 
visten sus molas en la vida y con ella se hunden en la tierra, cuando 
llega la muerte. 
En 1989, en vísperas de la invasión norteamericana, el general Manuel 
Noriega aseguró que Panamá era un país respetuosos de los derechos 
humanos:
-No somos una tribu -aseguró el general. 
*** 
Las técnicas arcaicas, en manos de las comunidades, habían hecho 
fértiles los desiertos en la cordillera de los Andes. Las tecnologías 
modernas, en manos del latifundio privado de exportación, están 
convirtiendo en desiertos las tierras fértiles en los Andes y en todas 
partes. 
Resultaría absurdo retroceder cinco siglos en las técnicas de 
producción; pero no menos absurdo es ignorar las catástrofes de un 
sistema que exprime a los hombre y arrasa los bosques y viola la tierra y
 envenena los ríos para arrancar la mayor ganancia en el plazo menos. 
¿No es absurdo sacrificar a la naturaleza y a la gente en los altares 
del mercado internacional? En ese absurdo vivimos; y lo aceptamos como 
si fuera nuestro único destino posible. 
Las llamadas culturas primitivas resultan todavía peligrosas porque no 
han perdido el sentido común. Sentido común es también, por extensión 
natural, sentido comunitarios. Si pertenece a todos el aire, ¿por qué ha
 de tener dueño la tierra? Si desde la tierra venimos, y hacia la tierra
 vamos, ¿acaso no nos mata cualquier crimen que contra la tierra se 
comete? La tierra es cuna y sepultura, madre y compañera. Se le ofrece 
el primer trago y el primer bocado; se le da descanso, se la protege de 
la erosión. 
Es sistema desprecia lo que ignora, porque ignora lo que teme conocer. El racismo es también una máscara del miedo. 
¿Qué sabemos de las culturas 
indígenas?
 Lo que nos han contado las películas del Fas West. Y de las culturas 
africanas, ¿qué sabemos? Lo que nos ha contado el profesor Tarzán, que 
nunca estuvo. 
Dice un poeta del interior de Bahía: Primero me robaron del África. Después robaron el África de mi. 
La memoria de América ha sido mutilada por el racismo. Seguimos actuando como si fuéramos hijos de Europa, y de nadie más. 
*** 
A fines del siglo pasado, un médico inglés, John Down, identificó el 
síndrome que hoy lleva su nombre. Él creyó que la alteración de los 
cromosomas implicaba un regreso a las razas inferiores, que generaba 
mongolian idiots, negroid idiots y aztec idiots. 
Simultáneamente, un médico italiano, Cesare Lombrosos, atribuyó al 
criminal nato los rasgos físicos de los negros y de los indios. 
Por entonces, cobró base científica la sospecha de que los indios y los 
negros son proclives, por naturaleza, al crimen y a la debilidad mental.
 Los indios y los negros, tradicionales instrumentos de trabajo, vienen 
siendo también desde entonces, objetos de ciencia. 
En la misma época de Lombroso y Down, un médico brasileño, Raimundo Nina
 Rodrigues, se puso a estudiar el problema negro. Nina Rodrigues, que 
era mulato, llegó a la conclusión de que la mezcla de sangres perpetúa 
los caracteres de las razas inferiores, y que por tanto la raza negra en
 el Brasil ha de constituir siempre uno de los factores de nuestra 
inferioridad como pueblo. Este médico psiquiatra fue el primer 
investigador de la cultura brasileña de origen africano. La estudió como
 caso clínico: las religiones negras, como patología; los trances, como 
manifestaciones de histeria. 
Poco después, un médico argentino, el socialista José Ingenieros, 
escribió que los negros, oprobiosa escoria de la raza humana, están más 
próximos de los monos antropoides que de los blancos civilizados. Y para
 demostrar su irremediable inferioridad, Ingenieros comprobaba: Los 
negros no tienen ideas religiosas. 
En realidad, las ideas religiosas habían atravesado la mar, junto a los 
esclavos, en los navíos negreros. Una prueba de obstinación de la 
dignidad humana: a las costas americanas solamente llegaron los dioses 
del amor y de la guerra. En cambio, los dioses de la fecundidad, que 
hubieran multiplicado las cosechas y los esclavos del amo, se cayeron al
 agua. 
Los dioses peleones y enamorados que completaron la travesía, tuvieron 
que disfrazarse de santos blancos, para sobrevivir y ayudar a sobrevivir
 a los millones de hombres y mujeres violentamente arrancados del África
 y vendidos como cosas. Ogum, dios del hierro, se hizo pasar por san 
Jorge o san Antonio o san Miguel, Shangó, con todos sus truenos y sus 
fuegos, se convirtió en santa Bárbara. Obatalá fue Jesucristo y Oshún, 
la divinidad de las agus dulces, fue la Virgen de la Candelaria... 
Dioses prohibidos. En las colonias españolas y portuguesas y en todas ls
 demás: en las islas inglesas del Caribe, después de la abolición de la 
esclavitud se siguió prohibiendo tocar tambores o sonar vientos al modo 
africano, y se siguió penando con cárcel la simple tenencia de una 
imagen de cualquier dios africano. Dioses prohibidos, porque 
peligrosamente exaltan las pasiones humanas, y en ellas encarnan. 
Friedrich Nietzsche dijo una vez:
-Yo sólo podría creer en un dios que sepa danzar. 
Como José Ingenieros, Nietzsche no conocía a los dioses africanos. Si 
los hubiera conocido, quizá hubiera creído en ellos. Y quizá hubiera 
cambiado algunas de sus ideas. José Ingenieros, quién sabe. 
*** 
La piel oscura delata incorregibles defectos de fábrica. Así, la 
tremenda desigualdad social, que es también racial, encuentra su 
coartada en las taras hereditarias. Lo había observado Humboldt hace 
doscientos años, y en toda América sigue siendo así: la pirámide de las 
clases sociales es oscura en la base y clara en la cúspide. En el 
Brasil, por ejemplo, la democracia racial consiste en que los más 
blancos están arriba y los más negros abajo. James Baldwin, sobre los 
negros en Estados Unidos:
-Cuando dejamos Mississipi y vinimos al Norte, no encontramos la libertad. 
Encontramos los peores lugares en el mercado de trabajo; y en ellos estamos todavía. 
*** 
Un indio del Norte argentino, Asunción Ontíveros Yulquila, evoca hoy el trauma que marcó su infancia:
-Las personas buenas y lindas eran las que se parecían a Jesús y a la Virgen. 
Pero mi padre y mi madre no se parecían para nada a las imágenes de 
Jesús y la Virgen María que yo veía en la iglesia de Abra Pampa. 
La cara propia es un error de la naturaleza. La cultura propia, una 
prueba de ignorancia o una culpa que expiar. Civilizar es corregir. 
*** 
El fatalismo biológico, estigma de las razas inferiores congénitmente 
condenadas a la indolencia y a la violencia y a la miseria, no sólo nos 
impide ver las causas reales de nuestra desventura histórica. Además, el
 racismo nos impide conocer, o reconocer, ciertos valores fundamentales 
que las culturas despreciadas han podido milagrosamente perpetuar y que 
en ellas encarnan todavía, mal que bien, a pesar de los siglos de 
persecución, humillación y degradación. Esos valores fundamentales no 
son objetos de museo. Son factores de historia, imprescindibles para 
nuestra imprescindible invención de una América sin mandones ni 
mandados. Esos valores acusan al sistema que los niega. 
*** 
Hace algun tiempo, el sacerdote español Ignacio Ellacuría me dijo que le resultaba absurdo eso del 
Descubrimiento de América. El opresor es incapaz de descubrir, me dijo:
-Es el oprimido el que descubre al opresor. 
Él creía que el opresor ni siquiera puede descubrirse a sí mismo. La 
verdadera realidad del opresor sólo se puede ver desde el oprimido. 
Ignacio Ellacuría fue acribillado a balazos, por creer en esa 
imperdonable capacidad de revelación y por compartir los riesgos de la 
fe en su poder de profecía. 
¿Lo asesinaron los militares de El Salvador, o lo asesinó un sistema que no puede tolerar la mirada que lo delata? 
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