Carlos Artola - Fundación Andreu Nin
Artículo publicado en el número
47 de Iniciativa Socialista,
diciembre 1997
El día 18 de agosto de 1963 la prensa española anunció que en las primeras horas de la mañana, "y con sujección a las formalidades de la ley penal común, ha sido ejecutada la sentencia de pena capital dictada contra los terroristas Francisco Granados Data y Joaquín Delgado Martínez".
Bajo esa hipócrita retórica se encubría el hecho
de que dos jóvenes anarquistas habían sido estrangulados
por el aro de hierro del garrote vil tras el "enterado" del general Franco
y después de un juicio militar sumarísimo que se celebró
apenas diez días después de los hechos que se les atribuyeron.
Granados y Delgado habían sido acusados de colocar sendos artefactos
explosivos el 29 de julio de 1963 en la Sección de Pasaportes de
la Dirección General de Seguridad y en la Delegación Nacional
de Sindicatos. El primero de los artefactos, una carga de plástico
de doscientos gramos de peso, provocó heridas a una veintena de
personas.
Dos días después de los atentados, el 31 de julio, a las
4 de la tarde, Francisco y Joaquín son detenidos, posiblemente a
causa de una delación. Apenas tres semanas separaron la vida de
la muerte para estos dos luchadores libertarios, sometidos primeros a torturas
policiales y después a un juicio carente de garantías en
el que son condenados a muerte. El Consejo de Guerra sumarísimo
anunciado sólo 48 horas antes de su celebración les condena
sin otras pruebas que las declaraciones arrancados bajo tortura, en un
juicio lleno de irregularidades que incluyen el hecho de que el defensor
no tenía título de abogado. Granados y Delgado negaron cualquier
participación en las acciones armadas que se les atribuían
y reconocieron ser miembros de la Federación Ibérica de Juventudes
Libertarias.
El Consejo Ibérico de Liberación, la organización
clandestina anarquista a la cual pertenecían Granados y Delgado,
declaró el 11 de agosto ante la opinión pública nacional
e internacional que Joaquín Delgado y Francisco Granados eran absolutamente
ajenos a los hechos ocurridos el 29 de julio en Madrid, que los autores
no habían sido detenidos y que el depósito de armas atribuido
a Francisco Granados no había sido utilizado y permanecía
intacto al ser descubierto por la policía.
Posteriormente esta misma organización haría público
que el material descubierto por la policía estaba destinado a un
atentado contra Franco. Sobre estos hechos se ha presentado recientemente
en TVE-2, en un intempestivo horario de madrugada, un espléndido
documental realizado para una televisión francesa por Lala Gomá.
Este importante trabajo histórico cuenta con testimonios directos
de los auténticos autores de los atentados de Madrid por los que
fueron ejecutados Granados y Delgado así como de alguno de los responsables
de la organización a la que pertenecían, entre ellos Octavio
Alberola que confirma que la auténtica misión con la que
estaban relacionados era la preparación de un atentado contra Franco.
Más allá del descubrimiento de la realidad de unos hechos
oscurecidos y desconocidos para muchos españoles, el documental
es una aportación de primera fila al conocimiento de los procedimientos
del franquismo. Después de casi tres décadas persiste el
silencio de la mayoría de los policías y jueces que intervinieron
en el asunto. Los autores del documental han constatado, también,
la negativa de Manuel Fraga, entonces Ministro de Información y
Turismo, a hablar sobre estos hechos. Han contado, sin embargo, con los
testimonios sobrecogedores de uno de los jueces y de otros jerarcas militares
franquistas. Sus imágenes y sus palabras son extraordinariamente
reveladoras, contra la voluntad de sus autores, de la sordidez criminal
de esa parodia de legalidad de que se había dotado el franquismo.
El trabajo de Gomá revela un error judicial, pero va más
allá de ese aspecto. Tampoco es únicamente un alegato contra
la pena de muerte. Este documental es, sobre todo, un testimonio sobre
el franquismo. En él se habla de unos hechos olvidados, de la soledad
de unos luchadores antifascistas, de la discutible historia de los grupos
armados anarquistas pero, sobre todo, del terror cotidiano con el que el
franquismo alimentó su dictadura sangrienta.
El año 1963 fue muy importante para la lucha antifranquista,
no en vano en dicho año continuaron las movilizaciones mineras asturianas
iniciadas en la primavera de 1962. El renacer de la lucha contra la dictadura
fue posiblemente uno de los motivos por los que el franquismo quiso "dar
un escarmiento" a las nuevas generaciones libertarias que estaban entrando
en actividad en aquellos años. También quisieron, probablemente,
castigar la campaña contra el turismo en España que venían
desarrollando la CNT, la FIJL y otras organizaciones anarquistas.
Después de su muerte, un largo silencio se extendió sobre
ellos, silencio que ha llegado a nuestros días. El PCE iba a adquirir
durante los años sesenta una amplia hegemonía en la oposición
antifranquista, que no había tenido en las dos décadas anteriores,
y para el PCE sólo cabía recordar a sus propias víctimas.
Algo similar ocurriría diez años después, en 1973,
cuando otro joven anarquista, Salvador Puig Antich, fuera ejecutado, también
a garrote vil, en otra farsa judicial.
Robert Escarpit escribió en Le Monde (22-8-1963), poco
después de las ejecuciones, unas palabras que hay forzosamente que
compartir: "Francisco Granados Gata y Joaquín Delgado Martínez
han dado su vida por algo pero, como siempre, los verdugos los han ejecutado
por nada". Por una nada que era un vacío asesino, la sinrazón
de un poder dictatorial.
Es obligación de todos nosotros recordar que esos dos hombres murieron por algo, por algo tan importante como la libertad, y exigir que la verdad histórica de estos crímenes franquistas sea reconocida oficialmente.
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