Crónicas de la Emigración / Laura S. Leret, Caracas - 26 de marzo de 2012
Nací a esta nueva vida, una mañana de sol radiante en un cielo esmaltado de azul completamente limpio de nubes. Lo primero que me apabulló fueron los colores. Las infinitas variedades de verde de las colinas y el mar, la tierra matizada de ocres y rojos, las pequeñas casitas de mil tonos, incrustadas en la vegetación de los cerros, desde lejos semejante a una extensa bandera verde, tachonada con flores. Y luego la gente, predominantemente jóvenes, alegres, y ágiles, de color moreno en todas las gamas: oscuros brillantes, claros, canelas…aquella humanidad vivaz y sonriente hablaba en voz alta, gesticulaba y reía a carcajadas, sobrepasando el ritmo de la vibrante música tropical que transmitían los altoparlantes. De pronto, con nuestras caras mustias y nuestros trajes grises de niebla europea, nos asaltó la alarmante sensación de encontrarnos en el centro de una fiesta sin haber sido invitados.
Alberto Rull
Republicanos 50 años después (1986)
Víctor Sanz López es el autor del libro ‘El exilio español en Venezuela’, publicado en Caracas en 1995. Su obra constituye el estudio más completo sobre el exilio español y fue premiada por el Concejo del Municipio Libertador en 1996.
Sanz López fue profesor de historia en la Universidad Central de Venezuela (UCV), doctor por la Universidad Complutense de Madrid. Los años han disminuido la intensidad de su voz, mas no su agilidad física ni mental, en el 2008 publicó sus memorias tituladas ‘La flecha quebrada’.
A su vez protagonista del exilio, Víctor Sanz López nace en 1917 en Castellón, capital de provincia de la región valenciana. Ambos padres mueren cuando tan sólo tenía ocho años, y es internado en el Colegio Militar de Huérfanos de Carabineros de San Lorenzo del Escorial. Deseoso de contribuir a consolidar las bases culturales de la República, comenzó, en 1934, el grado profesional del magisterio establecido por el nuevo gobierno que se vio interrumpido por el estallido de la Guerra Civil en julio de 1936.
A los dieciocho años, Sanz se alistó como voluntario en la defensa de Madrid en un batallón integrado por profesionales y funcionarios de la enseñanza bajo el mando de la columna Prada, al militarizarse las milicias fue disuelto el batallón y fue destinado a la 213 Brigada Mixta que operó inicialmente en el frente de Teruel. Sanz fue designado jefe del observatorio, que consistía en detectar desde la montaña más alta, cualquier movimiento sospechoso y comunicarlo al Estado Mayor.
Desde su casa en la urbanización Sebucán, Víctor Sanz respondió a las preguntas de ‘Magazine Español’.
Pregunta. ¿Estaban dadas las condiciones para que en España surgiera un gobierno comunista?
Respuesta. En absoluto. En las elecciones de 1936, el Partido Comunista (PCE) sólo había logrado 12 diputaciones en un total de 473 y, en las anteriores una sola. Los gobiernos democráticos nos negaron las armas necesarias para enfrentar la rebelión, que era apoyada por la Alemania de Adolfo Hitler y la Italia de Benito Mussolini, y no hubo más remedio que caer en la órbita del único gobierno, el de la Unión Soviética (URSS) que, en octubre, accedió a proporcionárnoslas.
P. Mucho se ha escrito y hablado sobre la represión que sufrió la población civil durante y después de la guerra ¿fueron las represalias iguales en uno y otro bando?
R. Lo que cabe destacar es que, a diferencia de lo ocurrido en la zona republicana, la represión de los llamados ‘nacionalistas’ fue fríamente calculada en tiempos de paz, según los claros ejemplos del político José María Gil Robles y Quiñones, en su campaña electoral, quien había proclamado que España necesitaba, para salvarse, una sangría de tres mil vidas, y del general Emilio Mola Vidal, que en los encartados incitaba a una acción extremadamente violenta para reducir lo antes posible al enemigo, y ejecutada después despiadadamente por autoridades y militantes civiles que apoyaron la rebelión.
A diferencia también de lo ocurrido en la zona republicana, las represalias de los militares sublevados nunca fueron públicamente condenadas por las autoridades, sino azuzadas, incluso por parte del clero. A más de prolongarse por los vencedores una vez terminada la guerra.
De una investigación efectuada en estos últimos años, coordinada por el profesor de historia Santos Juliá, en sólo 24 provincias (por el veto que siguen manteniendo las autoridades militares) de las 52 que existen en España, ha resultado que el número de muertes ocasionadas por esta causa, las perpetradas en la zona dominada por Francisco Franco Bahamonde, triplicaba las otras.
Recientemente se están descubriendo fosas comunes, que confirman esa orgía de sangre. De lo que constituye estremecedor ejemplo el libro de tu abuela (O`Neill, 2003) donde describe lo acontecido en Melilla durante los primeros días del alzamiento militar. Los historiadores sólo pueden citar la matanza colectiva de Paracuellos del Jarama bajo el bando republicano, en diciembre de 1936 cuando estuvo a punto de caer Madrid, que no se puede comparar con la matanza que hizo el general Juan Yagüe Blanco en Badajoz (Extremadura) cuatro meses antes, que además no fue la única. La responsabilidad básica recae sobre los que desataron la guerra, sobre los que colocaron a España en una situación que, como decía Tucídides, desencadena los peores instintos.
P. En uno de sus artículos publicados en el diario ‘Últimas Noticias’ (1997), usted hace referencia al libro ‘Los Campos de Concentración de los Refugiados Españoles en Francia’ (Rafaneau-Boj, 1995), cuya autora defiende la tesis de que el gobierno francés fue poco hospitalario con el exilio español y en particular con los combatientes del ejército republicano.
R. Así es, se concentraron varias unidades militares francesas para impedirnos entrar a Francia. Finalmente permitieron nuestro ingreso a condición de que entregáramos el armamento. Tras caminar 30 kilómetros, nos botaron en una parcela de tierra desprotegida de los gélidos vientos invernales y cercada por alambradas de púa, antes de que llegara cualquier alimento, del que carecimos por más de treinta horas y que nos fue proporcionado después en ínfima proporción. Seis horas de persistente lluvia seguida de una nevada que duró otras dos, obligaron a evacuarla a fin de mes a costa de seis muertos. Y que no eran más que una débil muestra de los miles que, por esos días, estaban muriendo y seguían muriendo en los distintos campos. Se nos asignó la entonces inhóspita playa de Barcarès, pero esta vez protegidos por lonas dispuestas en ángulo a dos aguas que no nos permitían estar de pie, nos obligaban a dormir con las piernas entrecruzadas, y con una sola salida para 45 personas.
El campo definitivo, al que nos trasladaron al cabo de poco más de un mes, estaba provisto de barracas de madera y techo de zinc, que nos congelaba en invierno y nos agobiaba en verano, para 70 personas, con la arena por piso para estar y dormir. Pero cuando fuimos desalojados, al estallar la guerra, para hacer luchar a los nuevos soldados franceses, en pocos días, sí se construyeron para ellos tarimas de madera para aislarlos de la arena.
El alimento, siempre reducido a la mínima expresión, se veía aún menguado por los voraces piojos que se alimentaban a costa nuestra. Al punto de que, confrontada nuestra experiencia, años después, con la vivida por un prisionero francés de guerra retornado de la Alemania nazi, resultó que él había estado mejor alimentado.
No había más agua que la del mar filtrada por la arena con ayuda de bombas aspirantes lo que nos causó fuertes disenterías.
Nos custodiaban gendarmes, senegaleses y jinetes moros que nos consideraban como una especie inferior. Y, estas condiciones se endurecían aún en los recintos de castigo que eran a la intemperie, el maltrato era deliberado para forzar a la mayoría a regresar a España.
P. ¿Cómo logró salir del campo de concentración?
R. Salí del campo luego de haber sorteado las redadas de los franceses para reclutar trabajadores para las compañías militares, en enero de 1940, dejé Argelès, cuando sólo comíamos zanahorias hervidas, haciéndome pasar como obrero de una fábrica de galletas y bizcochos, no habiendo pisado una en mi vida; pero de los cuatro que salieron conmigo, un panadero era el que más se acercaba al oficio. Tuvimos la suerte de vernos ayudados por los numerosos hijos de españoles que trabajaban en la fábrica. Sin embargo, la desmovilización del ejército francés que siguió al armisticio me desplazó, y las dificultades para encontrar otra ocupación me hicieron recalar en la compañía de trabajadores españoles del Gers, ocupados casi todos como peones agrícolas. A ese trabajo debí adaptarme, en prolongadas jornadas de sol a sol, únicamente interrumpidas por el corto lapso que se empleaba para comer. Y cuando el gobierno mexicano nos abrió a todos las puertas del país, los mismos franceses que se habían opuesto a nuestra entrada clamaron para que no se permitiera la salida de mano de obra tan necesaria. Lo mismo pensaron los alemanes que pronto impidieron las salidas. Y, fracasado el anzuelo que lanzaron para conseguir voluntarios, recurrieron al reclutamiento forzoso.
En febrero de 1943 fui incluido en una expedición con destino a las fortificaciones costeras que se construían en Normandía. Pude escaparme del tren vigilado por soldados alemanes y trabajé clandestinamente, conectado con la resistencia hasta que se produjo el tan esperado desembarco. En ese momento me incorporé al Maquis (guerrilla antifranquista española) que ocupaba el pueblo de Castelnau-sur-l`Avignon…
Me trasladé a Toulouse, convertida en la capital de la España republicana, hirviente de actividad. Allí alterné mi trabajo en una fábrica de abonos nitrogenados con mi militancia antifranquista como delegado del comité nacional de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que actuaba clandestinamente en España. En tres oportunidades entré por la región catalana con documentación falsa, y en otras dos fui rechazado a tiros por la guardia fronteriza a orillas del río Bidasoa en la provincia vasca.
P. ¿Cuándo decidió venir a América?
R. Cuando el acercamiento de los Estados Unidos de América a Franco me hizo perder toda esperanza de un retorno de la democracia a España. Tras varios fracasos en mis gestiones, salí con un pasaporte Nansen, para los apátridas; logré ser admitido en Bolivia en 1951, después al Paraguay y luego al Uruguay. En 1953, recalé en Montevideo.
Al ser intervenida la Universidad en Uruguay por la dictadura militar fui destituido de mis cargos, por no firmar la declaración que la dictadura exigió como condición a los docentes. Así que me vi obligado a emigrar de nuevo. Ingresé en 1976 en el profesorado de la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela, hasta mi jubilación en 1993.
En 1986 la Asociación de Profesores de la Universidad Central de Venezuela (APUCV) me otorgó el premio bianual al mejor libro de texto universitario en el área de Humanidades, por el primer tomo de ‘La historiografía en sus textos’. En 1992 la Casa de España y el agregado laboral de la Embajada, Aquilino Zapata Conesa, me encargaron la investigación acerca del exilio español en Venezuela. El año 1996 fue de particular recuerdo para mí, porque, restablecida la democracia en Uruguay, la Facultad de Humanidades me honró con el título de profesor emérito, la promoción de egresados de la Facultad de Humanidades de la UCV me designó padrino de la misma, y el Concejo del Municipio Libertador premió mi libro sobre el exilio español.
P. ¿Qué puede decir sobre las personas que conformaron el exilio español en Venezuela?
R. A mi juicio, el exilio español fue la más importante inmigración que llegara al país, pues venía ya hecha e integrada por toda clase de profesionales y oficios. Inicialmente se le opusieron reparos por parte de la opinión conservadora religiosa y política, y el gobierno del general Eleazar López Contreras sólo autorizó la venida de exiliados vascos, por ser católicos y, a impulsos de Arturo Uslar Pietri, al frente del Instituto Técnico de Inmigración y Colonización, a personas relevantes. Lo fuerte de la inmigración llegó con los gobiernos de Isaías Medina Angarita y de Acción Democrática (AD), que la favorecieron, abriéndoles ampliamente las puertas del país. Numerosos fueron los intelectuales, escritores, periodistas, artistas, comerciantes, empresarios, constructores, artesanos, agricultores, etc., que constituyeron un enorme beneficio para el país, como se muestra en mis libros.
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