Dudo que los centenares de cubanos que vinieron a luchar por la República española tuvieran en cuenta las palabras de Cyrano de Bergerac: “J´ai decidé d´être admirable, en tout et pour tout”. Pero, lo cierto es que la decisión de centenares de cubanos de incorporarse a una lucha lejana geográficamente pero cercana en muchos otros sentidos, convierte a estos combatientes en esos frutos hermosos de nuestra especie que existen, han existido y existirán para dar fe de la nobleza de la raza humana.
Denise Urcelay-Maragnès ha elegido a aquellos cubanos que deciden acudir a la España sangrante del 36, para realizar una investigación exhaustiva de sus hombres y mujeres que puede ascender, según lo aquí desarrollado, a unos mil voluntarios. Esta galería de hombres realmente ilustres tiene su contrapunto en personajes como Rolando Masferrer, que tras haber sido brigadista, se incorpora entre los esbirros de las sucesivas dictaduras cubanas.
Desde su residencia en la caribeña isla de Guadalupe, la profesora Urcelay-Maragnès ha saltado de isla en isla, del continente americano al europeo, para seguir a estos combatientes en su viaje colectivo de ida y vuelta que no todos pudieron culminar. Pablo de la Torriente Brau y otros, dejaron su vida en tierra española, donde participaron en su defensa al tiempo que auscultaban el latido dificultoso de un país ahogado por las múltiples formas de la traición.
Denise que sabe de solidaridades internacionales por su propio padre, un vasco que vibraba por la causa republicana, atiende a una historia de Cuba que no siempre pasa a las líneas impresas. En rico entramado de organizaciones sociales, políticas y culturales donde hervía el puchero de la lucha contra la dictadura, la labor de “joven Cuba” destacará por delante del propio Partido Comunista Cubano y servirá de punto de partida para el núcleo más importante de voluntarios.
La Cuba que dejaban atrás los voluntarios no estaba exenta de conflictos. De hecho, muchos de ellos combatían en España lo que previamente habían peleado en Cuba a través de organizaciones de izquierda. Esto hace preguntar a la autora si “el combate de España no era un combate de sustitución?” La lucha por la liberación nacional, social y antimperialista que había sido asumida por muchos jóvenes cubanos organizados actúa de brasa para otros combates.
El mundo palpitaba aceleradamente en los años treinta pero fue en una España que había estrenado, por primera vez en el siglo XX, la democracia real, donde sale el corazón por la boca de la lucha popular. Entre ellos, Denise descubre la incorporación de más de veinticinco militares cubanos que habían sido expulsados del ejército entre los años 1933 y 1935, por la lucha antimachadista, Gerardo Machado, conocido popularmente como “el asno con garras”, fue una de las primeras movilizaciones políticas de la izquierda cubana, moralizadora contra la corrupción imperante que germinaría entre los voluntarios de primera hornada, lanzados a una lucha transoceánica por la libertad de los pueblos hermanos.
Las vibrantes palabras de Pablo de la Torriente Brau, periodista y voluntario en el frente de Madrid, muerto en su inmediata cercanía con las armas en la mano, lo explica así: “yo me voy a España ahora, a la revolución española, donde palpitan hoy las angustias del mundo entero de los oprimidos”.
Urcelay describe los lazos afectivos con España que explican la presencia de un contingente más numeroso de cubanos frente al de otros hispanoamericanos. Cuba, la perla entre las colonias, la última pérdida del imperio colonial, conservaba muchos eslabones sentimentales, culturales y de todo tipo con España. Estos enlaces se ataron aún más corto tras la llegada a España de la República. Ya no se trataba de “los hijos de Weyler”, ni del emigrante que sólo busca fortuna al margen de la vida y la gente del país. Emilio Laurent que fue uno de los protagonistas cubanos de la recluta de voluntarios, afirmaba: “fue mi viaje a España en 1934 lo que cambia definitivamente y completamente mi antiespañolismo en una gran ternura y estima por la España republicana”.
La nueva España se distanciaba de la historia de rapiña y dominación que dominaba el imaginario cubano de la lucha por la independencia nacional. Todo ello hace posible el tránsito entre unidades internacionales y unidades estrictamente españolas donde resulta casi imposible distinguirlos por sus patronímicos comunes.
El voluntario cubano, aún siendo minoritario, es un componente popular allí donde esté. La musicalidad de su acento se suma a su inclinación cuasi genética hacia la música. En plena guerra, un director de orquesta cubano le pone música al himno de la 46 división. En la difícil supervivencia del campo de concentración francés de Argelés, Julio Cuevas escribe una guaracha para atemperar las frialdades de la reclusión impuesta.
Otro núcleo de exiliados cubanos ha huido de la represión de la huelga general de 1935, gente forjada en la lucha militante contra la dictadura de Gerardo Machado y luego contra Batista. La combatividad estudiantil iniciada en las calles cubanas, se traslada a España a través de organizaciones, que proporcionarían importantes cuadros al nuevo ejército, a través de la FUHA y del CARC.
El mundo cultural cubano envía un plantel de escritores muy reconocidos. Nicolás Guillén, Alejo Carpentier o Juan Marinello, entre otros, que se incorporarán al llamamiento que había hecho la Asociación de Escritores por la Defensa de la Cultura que había decidido celebrar su congreso en el Madrid del esplendor republicano. La realidad de una guerra donde los bombardeos nazis rompían las ciudades leales no arredraron a los integrantes del II Congreso para trasladarse de Madrid a Valencia, de allí a Barcelona para denunciar ante el realpolitik de la época, la soledad del pueblo español.
Las unidades con presencia cubana también van a desempeñar el papel de baluartes antirracistas. Cubanos blancos, negros o mulatos se entremezclan causando asombro a los norteamericanos, aún sometidos a una rígida segregación. Este ejemplo serviría, sin duda, para que se constituyese en la XV Brigada Internacional, donde se encontraba la presencia cubana más relevante, en la primera unidad integrada de la historia norteamericana, con un capitán negro, Oliver Law, que dejaría su vida en España.
Ya hay cubanos como Mª Luisa Lafita en las milicias de primera hora, interviniendo en el Cuartel de la Montaña o las hermanas Conde, en el frente de Somosierra en agosto de 1936. Sin embargo, habría que esperar hasta el primer trimestre de 1937 para un traslado sistemático y colectivo de los voluntarios.
Si tempranas fueron algunas presencias, hay muy tardías del infierno español tras la victoria franquista. Casos como el de Josefina Díaz Puerto muestran que aún está encarcelada en 1944 y en plena guerra, más de dieciséis cubanos esperan un canje con prisioneros partidarios de los insurrectos para salir fuera del país. La lucha popular en Cuba logra traerles de vuelta desde la Europa devastada por la guerra. Más de 650 cubanos fueron trasladados desde Francia a Cuba, otros a través de México o de Estados Unidos, tras su experiencia en España. Ciento diez muertos descansarán para siempre allí donde acudieron al llamado de las ideas y de la solidaridad.
La difícil reinserción de los veteranos en las nuevas luchas que se enlazaron en la reciente historia cubana, destaca a hombres como Ramón Nicolau o Manuel del Peso Ceballos, vidas prolongadas que les permiten enlazar la lucha de los años 30 con la de los años 50 contra la dictadura de Fulgencio Batista.
Figuras como las de Pablo de la Torriente, Mª Luisa Lafita, Rodolfo de Armas, Alberto Bayo, Emilio Laurent, el médico Eduardo Odio Pérez merecen formar parte de la humanidad excelsa que tomó cuerpo en las Brigadas Internacionales pero también en unidades milicianas y militares del ejército republicano o en el entramado de ayuda civil, durante la guerra civil española.
Tras leer estas páginas, siento una sana envidia de la autora por su contacto humano a algunos de ellos como Mª Luisa Lafita, una personalidad que frente a la tradicional subordinación de la mujer. Las entrevistas con Mario Morales Mesa, y Víctor Pina o con tantos otros supervivientes, que abrieron a la autora el corazón de sus recuerdos que nos ha permitido situarles donde merecen.
Mirta Nuñez Díaz-Balart
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