Público.es-Pablo Iglesias Turrión 14/02/2011
"Un payaso con un machete, vas a acojonar esos cabrones", le dice un capitán (Fernando Guillén Cuervo) de la XI División de Enrique Lister a un Santiago Segura que se reinterpreta a sí mismo combatiendo a machetazos al ejército franquista. Como dice el personaje de Guillén-Cuervo: "con dos cojones".
¿Puede tener valor político una estética cinematográfica que ignora toda verosimilitud histórica?
Pensamos que sí, y si hay alguien que, en este país, ha sabido estetizar lo peor de la identidad española, ese es el cesante director de la Academia. Su apuesta por un tipo de comedia negra que combina el ritmo de Hollywood con esperpentismo, sainete y landismo es precisamente lo que hace de Álex de la Iglesia, un director políticamente interesante. Su habilidad para representar el feísmo español, provinciano, sociológicamente franquista y grotesco quedó demostrada en filmes imprescindibles como El día de la bestia y La comunidad.
Balada triste de trompeta, para nuestra desgracia, no está al nivel de las citadas. Las incoherencias del guión y los, perfectamente prescindibles, homenajes a sí mismo y al cine español no quedan compensados por los efectos especiales, la violencia filotarantiniana o los volúmenes exuberantes (con censura del pezón, eso sí) de Carolina Bang.
Por otra parte, su manido mensaje pesimista de las dos Españas abocadas a la desgracia de enfrentarse y autodestruirse ("la culpa no es nuestra, es de este país", dice uno de los personajes) la sitúa en la misma línea de películas como La vaquilla o Soldados de Salamina, en las que la nación aparece bien como vaca muerta en medio del campo de batalla, bien como mujer invisible con la que el soldado baila Suspiros de España. En Balada triste de Trompeta, España es la deseada trapecista cuya muerte sella la desgracia de los dos payasos, el triste y el malvado. Otra vez las dos Españas.
Sin embargo, si dejamos a un lado la trama y la pobre visión reconciliadora y nos permitimos disfrutar de ciertos pedazos del filme, nos encontramos con detalles políticamente muy valiosos, más allá de la sugerente sucesión de fotografías de los títulos de crédito, que terminan con el Guernica de Picasso.
Los primeros minutos tienen mucho encanto. La llegada de los soldados del ejército popular republicano al circo ("No bastan cojones para ganar la guerra, hace falta disciplina" le dice el capitán a un payaso) aporta, desde lo grotesco, más inteligencia sobre los debates en el bando antifascista durante la Guerra Civil que el maniqueísmo orwelliano de Ken Loach en Tierra y Libertad o que cualquier otra película sobre nuestra guerra. Si Loach se valía (como hizo Wajda después en Katyn) del falso documental para dar verosimilitud a su visión de la revolución española, de la Iglesia se atreve con el documento audiovisual real y vemos imágenes del Nodo que contribuyen con gran eficacia al retrato esperpéntico de España. Los noticieros franquistas, vistos por el espectador actual, son la mejor manera de esperpentizar el fascismo (católico y castrense) español.
Además, Álex de la Iglesia se atreve a enseñarnos a los perdedores de la guerra construyendo la cruz de los caídos en una ambiente camboyano de calaveras y horror. Si en algo hay que criticarle es en que no nos haya dado el placer de verla caer (como en El día de la bestia) sobre curas, caciques y policías franquistas. Quizá pudiéramos prescindir de los pezones de su Carolina Bang, pero la voladura de la Cruz de los caídos es una deuda que tiene el cine (los socialistas renunciaron a ella) con todos los demócratas antifascistas.
Al que sí que vemos volar en la película es al almirante Carrero. En un flash back que nos lleva al clásico de Pontecorvo Operación ogro vemos al payaso triste (Carlos Areces) cruzarse con el comando de ETA V asamblea ("Y vosotros ¿de que circo sois?") que acabó con el más fiel de los servidores de Franco.
Por último, no se puede dejar de elogiar la recuperación que hace de la Iglesia de un mito de la cultura franquista, reconvertido a la democracia como el que cambia de hígado: Raphael.
Aunque se trate de un filme de guión deficiente, muy lejano de lo mejor de su director, hay que reconocerle algunos buenos momentos que contribuyen a consolidar un lenguaje estético, entre el esperpento buñuelesco y el sainete a ritmo de road movie, más que valioso para representar lo peor de nuestra historia reciente: "Balada triste de trompeta por un pasado que murió, y que llora y que gime como yo...llorando recordando mi pasado", como canta Raphael.
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