En el centro el actual Papa, entonces cardenal,
visitando el Valle de los Caídos
Ciudadanos por la República / C. Hermida / 20 agosto 2011
El actual Papa Benedicto XVI nos tiene acostumbrados a pronunciar discursos en los que condena en durísimos términos a todos los que no comparten la moral católica.
El matrimonio homosexual, el aborto, la investigación genética o la muerte digna son definidas habitualmente por este nuevo cruzado de la fe como prácticas criminales e inhumanas. Curiosamente, quien se autoerige en defensor de supremos y trascendentales valores morales ingresó en 1941 en las Juventudes Hitlerianas y luchó en el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial. En pocas palabras, el Jefe de la Iglesia Católica vistió el uniforme nazi y combatió en defensa de la ideología más criminal que ha existido en la historia de la humanidad.
Es cierto, como afirma el propio Papa en sus Memorias y defienden sus partidarios, que era obligatorio afiliarse a las juventudes nazis y también lo era servir en el Ejército durante la contienda. Este hecho, por tanto, no sería relevante en la biografía de Joseph Ratzinger. A lo sumo, un pecadillo venial, como el de millones de alemanes atrapados en unas circunstancias muy especiales. Sin embargo, y a la vista de hechos posteriores, la ideología nazi dejó una huella profunda en el que muchos años después estaría llamado a ser el pastor del rebaño católico.
El 7 de julio de 1989, el entonces cardenal Ratzinger, que contaba 62 años de edad y ya no era el mozalbete obligado a ingresar en las Hitlerjugend, visitó el Valle de los Caídos, tras impartir una conferencia en los Cursos de Verano de El Escorial. Acompañado del cardenal Suquía, y del Rector de la Universidad Complutense, Gustavo Villapalos, recorrió la basílica durante dos horas, observando todos los detalles y siguiendo con atención las explicaciones que le daban. En un momento de la visita, un monje le comentó:
“Este Valle de los Caídos, recostado bajo la silueta de la Cruz, parece esperar, como el Valle de Josafat, el día del juicio final, precisamente a la sombra de la Cruz”.
El cardenal afirmó: “Sería un lugar incomparable”-
Tras hacerse una foto con la cruz de fondo, regresaron a Madrid, y durante el viaje de vuelta el cardenal comentó al Rector de la Universidad Complutense que el Valle de los Caídos le había interesado más que El Escorial, debido a la originalidad de la concepción y a su fuerte espiritualidad.
Como es ampliamente conocido, Benedicto XVI es un hombre de vasta cultura y, por descontado, con un conocimiento preciso de la historia del monumento erigido en la sierra madrileña. No ignoraba que fue un monumento construido por presos políticos republicanos en régimen de trabajos forzados; ni tampoco desconocía que fue levantado por el régimen fascista encabezado por Franco; ni que ese régimen colaboró ampliamente con Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. Y sabía que la basílica albergaba las tumbas del propio Franco y de José Antonio Primo de Rivera. Y, por supuesto, era plenamente consciente de que la dictadura franquista había sido un régimen ilegal, ilegítimo y genocida, bendecido por la iglesia católica española.
Pero todo esto no era, ni es, condenable por el ocupante de la Cátedra de San Pedro, porque los asesinados por el franquismo eran rojos despreciables, hijos de Caín que merecían el fusilamiento y ser arrojados a fosas comunes. Sorprendente doble rasero para el máximo representante de una religión que afirma sustentarse en el amor al prójimo, la caridad y la fraternidad.
El pueblo de Madrid que padeció durante decenios la dictadura fascista, y se enfrentó a ella heroicamente, rechaza y condena la presencia de un Papa que define como un lugar incomparable el monumento que testimonia la criminalidad del franquismo.
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