EL PAÍS SEMANAL - Juan José Millás 16/2/14
Observen cómo da la cara Juan Antonio González
Pacheco, Billy el Niño, tras declarar
ante el juez. Parece que viene de atracar una gasolinera, una tienda de
ultramarinos, un estanco, y podría hacerlo, pues todavía tiene su pistola. Pero
atracar no es lo suyo, no le pone, a menos que pudiera torturar después al
dependiente, un chico joven al que le mandaría bajarse los pantalones y los
calzoncillos para meterle una picana en los testículos. Significa que Juan
Antonio González Pacheco, Billy el Niño, sería
un mal atracador. Perdería el tiempo metiendo la cabeza en el retrete de la
dueña de la mercería.
Los atracadores de verdad lo considerarían una peste,
porque los atracadores distinguen el trabajo de la diversión, saben dónde se
gana la pasta y dónde se ejercita el sexo. Lo cierto es que cada uno disfruta
con lo que puede, y el tipo de la foto solo gozaba moliendo a palos a jóvenes
indefensos. Le ponías delante a un crío con esposas y se le hacía la boca agua.
La ley es el refugio de las psicopatías más repugnantes. Cuando se dan las
condiciones objetivas, salen de sus grietas, como ratas enloquecidas,
violadores, ladrones, asesinos, verdugos… Unos vienen de la judicatura; otros,
de los ejércitos; algunos, como en el caso del tipo de la foto, de la poli.
Cuando la dictadura cae, regresan a sus madrigueras, como las cucarachas al
encenderse la luz, y viven de las leyes de punto final, de las prescripciones,
de las complicidades explícitas o implícitas de los Estados. La alimaña de la
foto, ya se ve, ha vuelto a su rendija. ¡Pena de jueces con escrúpulos!
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