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El País - Luz Sánchez-Mellado
-Madrid
-
5 oct. 2013
Empezó como una fiebre de verano. Con la solanera de agosto brotó un sarpullido de casos de militantes de Nuevas Generaciones del PP
de Valencia que subían a Twitter y Facebook fotos donde posaban,
ufanísimos, junto a iconos nazis y banderas de España con el águila
franquista. La erupción,
calificada de “chiquillada” por Alfonso Rus, presidente popular de la
Diputación valenciana, se contagió a miembros de las juventudes de
Castilla-La Mancha, que fueron reprendidos con cariñosas broncas de sus mayores.
“Cuando se es joven, se pueden permitir licencias que de mayores son
imperdonables”, declaró, paternal, Arturo Torró, alcalde de Gandía,
sobre la “broma” de Daniel Terrades, secretario de Nuevas Generaciones
de su pueblo, que publicó una imagen suya posando con el brazo en alto.
Tuvo que pasar el mes para que Esteban González Pons, vicesecretario de
Estudios y Programas del Partido Popular, declarara que “quienes cometen
la estupidez de fotografiarse o mofarse haciendo gestos nazis o
fascistas no merecen pertenecer al PP”. Y anunciara la apertura de
expedientes.
Ha sido, hasta ahora, la reacción más contundente de los populares
ante la sucesión de episodios de exaltación de símbolos franquistas que
han protagonizado algunos compañeros de filas. La última, una alcaldesa.
Mercedes García, regidora de Quijorna, pueblo madrileño de 3.000
habitantes, autorizó, y acudió, el pasado fin de semana a una feria en
la que se vendía iconografía nazi y fascista antes de presidir un acto
de homenaje a los “caídos por Dios y por España”. Mientras el fiscal
general del Estado ha anunciado que investigará los hechos, el PP no ha
reñido oficialmente a García, que tampoco ha dimitido.
No hay que buscar bajo las piedras. Ahora mismo, en cualquier bazar
de chinos, se venden llaveros, mecheros y pulseras de goma con la
bandera franquista. Si los comerciantes asiáticos se toman la molestia
de fabricarlos, traerlos desde su país y exhibirlos —discretamente, eso
sí— en sus tiendas es porque venden. “Sí, es un goteo. Si no tienes,
siempre hay alguien que te los pide”, confirma un adolescente oriental,
criado en España, que cobra en un bazar situado en el centro de la
turística Alcalá de Henares (Madrid). El chico, educado en un instituto
público, solo sabe que Franco fue “un general que mandaba mucho”, y no
ve problema en despachar esas baratijas.
No hace tanto, a ningún cargo del PP se le ocurría exhibir símbolos
franquistas, y mucho menos nazis. Mucha pulserita rojigualda, mucho
himno en el móvil, pero la bandera del aguilucho, el águila
imperial del escudo franquista, se dejaba para casa. La ostentación
pública quedaba para los franquistas irredentos en los fastos del 20-N, y
los grupos juveniles de ultraderecha. Ahora, sin embargo, algunos
jóvenes populares sacan pecho franquista sin complejos. Algo ha
cambiado.
“No veo un aumento de la exaltación del franquismo, pero sí un
orgullo creciente por manifestarlo. Hay un caldo de cultivo con varias
vertientes. La atmósfera internacional de auge ultra en un escenario de
crisis. En el plano local, una ofensiva contra los que creen una conjura
para liquidar el franquismo por parte de la ONU, la justicia
internacional y el soberanismo catalán. Y el espejo y altavoz de las
TDT, que han devuelto el tema a la agenda si no política, sí mediática”,
dice el historiador Julián Casanova. “No cerrar o cerrar mal el pasado
trae esto. Urge hacerlo, o existe el peligro de que pase como en Grecia o
Hungría, donde los ultras arrasan”, añade desde Budapest, donde ejerce
de docente.
José Antonio Martín Pallín, magistrado emérito del Tribunal Supremo,
no considera “banales, en absoluto”, estos episodios, de los que
responsabiliza, en última instancia, a los propios “demócratas
antifranquistas”. “Ese caldo de cultivo existe desde que el PP y el
PSOE, más allá de la Ley de Memoria Histórica hecha para salir del paso y
que ha muerto de inanición, han permitido dejar intacta la simbología
franquista, empezando por el monolito del Valle de los Caídos, esa
vergüenza”, acusa. Según él, existe una masa sociológica franquista, que
sitúa en “más de un 10%”, que vota al PP. “Por eso, y por la afinidad
del partido con el franquismo, no condenan el régimen que sí ha
condenado la ONU, el Parlamento Europeo y el Consejo de Europa. En
Francia, Alemania o Italia la exhibición de símbolos fascistas es
delito. Aquí, se penalizan las “actitudes que inciten al odio”, pero se
hizo pensando en ETA, no en Franco”, explica. “Mientras los demócratas
no proclamen sin fisuras que es imposible reconciliar la democracia con
la dictadura, no cesarán estos episodios”, añade.
Lo cierto es que han tenido oportunidades de hacerlo. En mayo, el PP
rechazó una propuesta de IU para declarar el 18 de julio “Día de condena
del franquismo” con el argumento de “que es mejor mirar al futuro que
al pasado”. Y, esta semana, ha tumbado en solitario la propuesta de IU y
UPyD para tipificar como delito en el Código Penal la apología del
franquismo, calificando la propuesta de “extemporánea”.
Esteban Ibarra, del Movimiento contra la Intolerancia, insiste en
deslindar casos como el de Quijorna de otros “más graves”, como el
asalto del centro catalán Blanquerna en Madrid por parte de sujetos
ultraderechistas. “Los jóvenes que cuelgan fotos con banderas fascistas
mezclan a Franco, Hitler y Mussolini en el mismo saco. Se han infectado
de la cultura ultra del fútbol. Es la absoluta banalización del mal.
Internet ahí ha jugado un papel fundamental extendiendo el virus”,
sostiene.
El historiador militar y coronel Fernando Puell de la Villa reseña el
hecho de que “nadie hable del Ejército en este contexto”. Los
militares, constata, están callados. “El Ejército es la institución que
ha hecho una transformación más profunda en los últimos 30 años. Los
militares son conservadores en su mayoría, pero perfectamente
demócratas. No hacen manifestaciones públicas porque, entre otras cosas,
saben que si lo hacen, les cortan la cabeza, como al general Mena. Y
eso no es mala cosa”, apunta.
Jaime Alonso, vicepresidente de la Fundación Franco —“Francisco
Franco”, caudillo de España, puntualiza— opina otra cosa. “Los jóvenes
no tienen complejos porque no tienen servidumbres. No quieren ser como
los padres, hipócritas que dicen una cosa en público y otra en privado y
que, al final, gobiernan como los otros”, se desfoga.
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