De izquierda a derecha: Alfredo Miguel Plaza, Eduardo Aparicio y Avelino Martín Cascón. Los tres fueron asesinados en Ciudad Rodrigo en diciembre de 1936 |
El sumario de una investigación realizada en 1938 desvela cómo el
líder del partido ultraderechista de Ciudad Rodrigo robó y extorsionó
sistemáticamente a la población republicana de la comarca. “De 'Ciudad
Rodrigos' está llena España”, afirma el historiador Ángel de Miguel.
Público.es - Alejandro Torrús -
Madrid
07/04/2013
Juan Agustín Calzada Hernández era un conductor en paro de Ciudad
Rodrigo. Para sobrevivir vendía novelas por entregas a domicilio como
buenamente podía. De ideología derechista, fue nombrado jefe de Falange
de la ciudad salmantina gracias a la mediación del director de La Gaceta
de Salamanca. Hasta ahí todo normal. Todo cambió cuando se produjo el golpe de Estado del 18 de julio de 1936
y la ciudad fue tomada sin apenas resistencia por el autodenominado
bando nacional. Juan Agustín Calzada, hasta entonces un ciudadano más,
se convirtió de la noche a la mañana en el verdugo y extorsionador de los vecinos que no pensaran como él.
Los
actos de este jefe local y comarcal de Falange quedan ampliamente
expuestos en la Causa 2133/37 abierta por un Tribunal Militar ante la
apropiación indebida de los fondos requisados por Calzada. El sumario
detalla, con testimonios de los supervivientes, como el jefe de Falange
de Ciudad Rodrigo cometía “hechos que no merecen más calificación que de
actos de barbarie”.
Entre estos hechos se encuentra el saqueo reiterado a la ferretería de la viuda de Alfredo Miguel Plaza,
quien había sido 'paseado' por falangistas y carabineros, la
apropiación del dinero que los fusilados entregaban a la Iglesia para
“salvar” su alma o las amenazas a numerosas personas de la comarca para
que pagaran una multa a Falange si querían evitar ser fusilados,
dinero que nunca llegaba a la caja de la Milicia. Todos ellos tuvieron
que firmar un documento que acreditaba que la entrega del dinero era
voluntaria.
El sumario detalla como el jefe de Falange cometía “actos de barbarie”Ángel
de Miguel, historiador, es nieto de Alfredo Miguel Plaza. Recuerda que
su abuela declaró en el juicio contra Calzada que llegaba a la tienda
ferretería, única fuente de ingresos de la familia tras el asesinato del
cabeza de familia, y arramblaba con todo lo que deseaba justificándose
en la “causa nacional”. “Al parecer no tuvo suficiente con asesinar a mi abuelo
que practicó la rapiña con mi abuela. No fue la única. La extorsión
practicada por este hombre y sus cómplices fue sistemática en toda la
comarca”, señala Ángel de Miguel a Público.
La rapiña económica de las autoridades franquistas afectó a cerca de 200.000 familias 'derrotadas' en toda España.
Sin embargo, el caso de Ciudad Rodrigo y Juan Agustín Calzada es
diferente. El líder de Falange fue juzgado y condenado por las
autoridades franquistas a seis meses de prisión “por el delito de
“estafa”, y “tres meses de arresto mayor y multa de 250 pesetas por
delito consumado de coacción” (f. 766). “El delito de este hombre para
los tribunales fue apropiarse de lo pesquisado y no entregarlo a la causa nacional”, apuntilla Ángel de Miguel.
La causa, no obstante, no investiga y, por extensión, no condena ninguno de los asesinatos ilegales,
incluso dentro de la legalidad franquista, practicados supuestamente
por el líder de Falange y sus socios en Ciudad Rodrigo: grandes
terratenientes, Iglesia, militares, Guardia Civil y carabineros. Entre
los alrededor de 200 asesinatos cometidos en esta localidad salmantina
de 10.000 habitantes (en 1936) y su comarca destaca la masacre de la
casi totalidad de la Corporación municipal de Ciudad Rodrigo, los
vecinos de El Bodón y Fuenteguinaldo y la matanza de siete personas la
madrugada del 16 de diciembre de 1936 cuando fueron 'paseados' el propio
Alfredo Miguel Plaza, Eduardo Aparicio (director de sucursal bancaria),
Avelino Martín Cascón (hermano del alcalde), Olegario Niño Caballero (veterinario), Evaristo Pino (empleado del Ayuntamiento), José Sevillano (jubilado) y Emilio Martín Donoso (industrial).
Los
siete hombres fueron detenidos a mediodía del 15 de diciembre. Apenas
12 horas más tarde fueron fusilados en la finca de un terrateniente de
Ciudad Rodrigo en una zanja que ya había sido abierta tres días antes. No hubo juicio previo.
Tampoco explicación. Ninguno de los fusilados pertenecía a un partido
político. De hecho, algunos de ellos pertenecían a familias que se
habían unido al Movimiento.
Es el caso de Eduardo Aparicio Fernández,
director de la sucursal bancaria de Banco del Oeste de Ciudad Rodrigo.
Su familia, residente en Béjar, pertenecía a la CEDA. Él no pertenecía a
ningún partido o sindicato. Tras su detención y antes de que la
influyente familia de Aparicio pudiera mover sus contactos fue fusilado
junto a los otros seis hombres. Su hijo, Juan José Aparicio describe
para Público la dramática situación que vivió aquellos días.
“La
familia de mi padre, que se había unido al alzamiento, trató de evitar
el fusilamiento. Primeros nos dijeron que estaba detenido en Salamanca.
Después que estaba en Ciudad Rodrigo, pero que lo iban a poner en
libertad. Finalmente, supimos que había sido asesinado en una finca del
pueblo”, explica Juan José.
Eduardo Aparicio Plaza fue multado después de ser asesinadoLa
familia Aparicio, no obstante, consiguió que los falangistas reabrieran
la fosa donde estaba el cuerpo de Eduardo y se llevaron su cadáver, con
un tiro en la frente y otro en el pecho, a Béjar. Los otros seis
cuerpos que permanecían en la fosa desaparecieron esa misma noche. Todavía a día de hoy no han aparecido. Los familiares continúan buscándolos.
El
asesinato de Eduardo Aparicio, sin embargo, no fue la única represión
sufrida por su familia. Una vez terminada la Guerra Civil, el Tribunal
de Salamanca abrió un proceso de responsabilidades políticas contra el
fusilado y su viuda con el “único fin de incautarse del pequeño patrimonio familiar”
que les quedaba. Las acusaciones realizadas contra Eduardo Aparicio
para tratar de demostrar que era un 'rojo' son “cuanto menos ridículas”-
Entre ellas, llevar corbata roja, recibir la noticia del asesinato de
Calvo Sotelo con alegría y no acudir regularmente a la Iglesia.
Finalmente, la viuda de Eduardo Aparicio fue condenada a pagar 500 pesetas de multa.
La humillación, no obstante, fue mayor que la multa. El juez instructor
interrogó a la viuda sobre los motivos por los que su marido no había
acudido al juicio obviando que había sido asesinado y dando por buena la
versión de las autoridades de Falange: Eduardo Aparicio había sido
puesto en libertad el mismo día que fue arrestado. “Al parecer, que su
cuerpo estuviera enterrado no era prueba suficiente para el juez para
demostrar que mi padre estaba muerto”, apunta Juan José, de 83 años.
La incautación de una central hidroeléctrica
Otro
caso destacable de incautación acaecido en la provincia sucedió en la
localidad de Béjar. Valentín Garrido Muñoz, concejal de Béjar y diputado
provincial de Izquierda Republicana durante la República, puso en
marcho una central hidroeléctrica en 1930 gracias a un préstamo del banco García y Cascón, según relata su nieto, Ramón, a Público.
El
4 de agosto del 36, Valentín ingresa en prisión junto a otros cargos
provinciales de las instituciones republicanas. “A los pocos días de
estar en prisión, una persona del banco le visita en prisión y le pide
que haga una cesión de bienes como pago del préstamo
contraído. Mi abuelo se niega a ello y le dice que no tiene que hacer
ningún pago porque está cumpliendo religiosamente”, explica Ramón.
La
negativa de Valentín tiene rápida respuesta. El 16 de agosto su hijo
mayor, Ramón Garrido Lobo, recibió una paliza mortal en plena calle por
parte de milicianos de Falange. Días después, el mismo responsable del
banco vuelve a visitar a Valentín en la cárcel para volver a pedirle que
haga la cesión de bienes al banco. Esta vez la reunión se produce a
puerta cerrada en el despacho del director de la prisión. “Esta vez mi abuelo sí que firma la cesión
y la hidroeléctrica pasó a ser del banco, que posteriormente las vendió
por una cantidad multimillonaria a Iberduero”, explica el nieto de
Valentín.
La madrugada del 31 de diciembre Valentín fue fusilado
junto al alcalde de la localidad de Béjar y un trabajador del
Ayuntamiento. Tras el fusilamiento, la familia huye a Salamanca donde
monta una pequeña pensión con los escasos fondos que no les fueron
arrebatados. Con el paso de los años y después de media vida dedicada a
estudiar el caso de su abuelo Ramón dice haber conseguido realizar el
encaje de bolillos que explica el fusilamiento de su abuelo.
“Su asesinato responde a una estrategia premedita para eliminar a todos
los que no pensaban como los vencedores, pero también para apropiarse
de todos sus bienes”, concluye este hombre.
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