Tras dos décadas de investigación, el economista José Ángel Sánchez Asiaín publica una ambiciosa obra sobre la financiación de la sublevación y la contienda civil
El País-Tereixa Constenla Madrid 8 JUN 2012
La vida del economista José Ángel Sánchez Asiaín (Baracaldo, 1929) ha dado algunas vueltas antes de cerrar una puerta que se le entreabrió hace medio siglo, cuando estaba al frente del servicio de estudios del Banco de Bilbao y el director, que había sido consejero del Banco de España durante la guerra, le confió unos documentos. Tras esa puerta, atisbó la normalidad suspendida entre 1936 y 1939 en un medio tan alérgico a la anormalidad como el económico: dos pesetas, dos Bancos de España, dos procesos de inflación y dos maneras antagónicas de entender la sociedad. “Un caso de laboratorio”, afirma.
De cuando en cuando, mientras ascendía en el mundo financiero, Asiaín repasaba los documentos para comprobar que los interrogantes que le suscitaban seguían intactos. Ellos determinaron el discurso con el que ingresó en la Real Academia de la Historia en 1992: La banca española en la Guerra Civil. Los dos años que dedicó a prepararlo resolvieron algunas cuestiones y encadenaron otras. Dos décadas después, ha reunido las respuestas a todas ellas (las finanzas en ambas zonas, el papel de bancos y cajas, la captación de fondos de republicanos y franquistas o las independencias financieras de Cataluña y País Vasco) en un tomo de un millar de páginas, La financiación de la guerra civil española, que acaba de publicar Crítica.
Queda claro en esta obra que en las guerras también se dispara con monedas. No matan, pero hunden. La peseta republicana cayó en picado gracias a una meditada operación de los sublevados, que les permitió hacer circular su propia moneda (mediante el estampillado de billetes republicanos), desmarcarse del sistema monetario cuyo corazón no controlaron hasta 1939 y desmoralizar al enemigo. “Se diseñó con todo detalle una operación reservada, que se puso en marcha a partir de un llamado Fondo de papel moneda puesto en curso por el enemigo, en el que se iba recogiendo toda la moneda republicana que llegaba a manos del Gobierno de Burgos”, escribe Sánchez Asiaín. A través del fondo, la moneda republicana “se convirtió en una contundente arma contra su propio emisor”: se envió a las quintas columnas infiltradas en territorio republicano y se forzó la caída de la cotización internacional con envíos al exterior. En julio de 1937, la peseta republicana valía, en francos, tres veces menos que la emitida por los sublevados.
La guerra monetaria es uno de los aspectos más desconocidos de la contienda que se desarrolla en este libro. El otro es el papel de la banca, que desplegó una flexibilidad pasmosa para adaptarse a la inestabilidad de los tiempos bélicos con la creación de “comandos financieros”, que acompañaban a las tropas en sus avances. “Es paradigmático el caso del Banco Zaragozano, que llegó al extremo de enviar a su presidente a los frentes de batalla, para entrar en las ciudades junto ‘a los mandos militares’ y proceder directamente a la reorganización financiera de las sucursales”, detalla Sánchez Asiaín, que dispuso de un material excepcional para este capítulo: entrevistas grabadas a 150 responsables de sucursales durante la guerra. El economista recurrió, además, a los archivos del BBVA, la entidad que dirigió durante años, el Banco de España, el Ministerio de Economía, la Academia de Ciencias Morales y la Fundación Universitaria Española.
Sánchez Asiaín no proporciona cifras de lo que costó la guerra —está en ello aunque advierte que solo podrá aventurarse en términos comparativos respecto al PIB de 1935— pero sí una conclusión contundente: “La República pagó el coste de la guerra civil con cargo al ahorro del pasado (reservas de oro del Banco de España) y el Gobierno de Burgos lo financió con el ahorro futuro (endeudamiento exterior)”.
Ambos, añade en una entrevista, también contaron con el esfuerzo de las generaciones que vivían aquellos días mediante aportaciones voluntarias (suscripciones) o involuntarias (confiscaciones). Al fin y al cabo, como decía el socialista Indalecio Prieto, “la guerra se gana con dinero, dinero, dinero”.
¿Por eso perdió la República? “No fue por eso, no perdieron por falta de dinero si no porque no supieron gastarlo”. Las reservas de oro del Banco de España fueron la principal fuente republicana —y uno de los mitos más agrandados durante la dictadura—, pero también la requisa de posesiones de partidarios de Franco. Según el primer inventario de bienes incautados almacenados en el castillo de Figueres, adonde se habían ido enviando conforme la República se replegaba, el valor excedía los 4.000 millones de pesetas. Una parte de los bienes que salieron del castillo antes de la llegada de las tropas franquistas, se trasladaron a México en el barco Vita para ayudar al exilio español.
Los sublevados pudieron recurrir a la financiación en el exterior y a una jurisdicción especial —la de responsabilidades políticas— que se prolongó más allá de abril de 1939. Sánchez Asiaín recuerda el caso de Ramón de la Sota, una de las principales fortunas del País Vasco, fiel a la República. A pesar de que falleció en 1938, los expedientes contra él y el resto de la familia siguieron adelante. Fueron sancionados con más de 360 millones de pesetas, “las multas más abultadas que las autoridades franquistas impusieron a los perseguidos en toda España”.
Antes de la guerra, los militares golpistas contaron con generosos apoyos financieros ya conocidos: los dictadores Mussolini y Salazar, los adinerados Juan March y Francisco Cambó, y también la Diputación Foral de Navarra que destinó los impuestos de guerra a combatientes y “otros conceptos como una pensión de 1.840 pesetas para gastos educativos de las hijas de Mola”. Sin la financiación de Navarra, March y Portugal, “la sublevación no hubiera triunfado y se hubiera desmoronado en semanas”, según el autor.
March ofreció al general Mola, destinado en Pamplona, 600 millones de pesetas, que equivalían a los presupuestos de los Ministerios de Guerra y Marina de 1935, según compara el economista vasco. Con el apoyo del empresario balear a los golpistas se hizo verdad el vaticinio del ministro de Hacienda: “O la República le somete a él, o él somete a la República”.
Generoso Duce, Hitler agarrado
Las condonaciones de Mussolini. Al finalizar la guerra, el Gobierno italiano fijó la deuda española en 5.000 millones de liras por suministro de material bélico y perdonó 1.926 millones de liras.
El coste de la Legión Cóndor
Alemania consideró que España debía pagar 372 millones de marcos, de los cuales 99 correspondían a la Legión Cóndor, mientras que el nuevo Gobierno entendía que este apoyo aéreo era una colaboración en el marco de "la lucha contra el comunismo".
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